Diario de un aventurero en chinataun taun taun.

Sunday, April 20, 2008

Bodorrio a la cantonesa

"¡Berengenaaaa!"

El pasado 20 de marzo asistí a la boda de mi amigos Samuel y Alice en Guangzhou. Sam es el profe de francés de la escuela y Alice es una encantadora chica cantonesa a la que conoció cuando era alumna suya en la uni de GZ.

Sam me pidió que fuera su padrino, cosa a la que accedí de buen grado puesto que les he cogido bastante cariño desde que nos conocimos hará un par de años.

A pesar de mi destacado papel en la ceremonia, no tuve ni idea de de qué iba la cosa hasta que, en la víspera del día grande, Sam me convocó a una reunión en GZ con los otros tres padrinos. Hay que decir que en China la figura del padrino la cumplen un pequeño grupo de amigos a los que se conoce como “los hermanos”, igual que el bareto de kinitos en el casco viejo. Para ser sincero, no me hizo mucha gracia descubrir que tenía que compartir el puesto con tres desconocidos, pero bueno, los otros conocían a Sam desde mucho antes (desde que estudiaban chino en Francia, años antes de venir aquí) y, como estaba a punto de descubrir, el apadrinamiento en China lleva algo más de curro que darle el anillo al novio y contar un par de chistes verdes en el banquete.

De primeras hubo que levantarse temprano, muy temprano, puesto que quedamos a la inhumana hora de las 7:15 el día de la boda (ni que fueran gansos, vamos).

Repartiendo la choja

Como llegué el último me tocó ponerme las florecillas rosas en la solapa, y procedimos a repartirnos los hongbaos o sobres rojos, que es lo que se utiliza aquí cuando quieres darle la paga a alguien. Si no recuerdo mal, cada hermano llevaba dos sobres de diez yuanes (1 leuro), dos de cincuenta (5 leuros) y uno de cien (10 leuros), que había que repartir en los distintos bolsillos del traje para recordar el valor de cada uno. Así que los de diez iban en el bolsillo izquierdo, los de cincuenta en el derecho, y el de cien en el interior de la chaqueta. El novio llevaba bastante más pasta encima.

Regardez la gilipolluá

Antes de poner rumbo a casa de la novia en compañía de Sam, los bródel hicimos una cosa muy francesa, que a cualquier español le hubiera dado un poquito de vergüenza, pero que en el contexto no parecía fuera de lugar. En un corro, cruzamos los dedos índices de la mano derecha y gritamos “un pour tous, et tous pour Sam!”.

Según dicta la tradición cantonesa, el novio, acompañado de sus hermanos debe abrirse paso al domicilio de la novia, primero, y a la habitación de ésta, después, por medio de sobornos (ahí es donde entran los hongbaos) y superando una serie de ordalías que ponen a prueba su hombría y su sentido del ridículo.

Aquí es donde descubrí la auténtica función de las dobles puertas chinas, que a menudo cuentan con una reja en el exterior. Esto hace posible que el novio y los amigos entreguen los sobres y regateen con las damas de compañía sin que los primeros puedan poner el pie en la puerta.

El primer regateo fue una tarea ardua e interminable que superamos gracias al sin par dominio del chino del que hacían gala mis compañeros (dos de ellos han hecho televisión en China y el otro tiene una empresa de exportación de artículos de kungfu). Las damas de compañía, que engañosamente vestían atuendos angelicales, se mostraron duras de pelar (más bien los pelados fuimos nosotros) pero a base de insistencia y un puñado de hongbaos, conseguimos que nos dejaran entrar en la casa sin que nos desplumaran por completo.

Tengo que parar un momento para hablar de la casa porque algún día me gustaría tener una igual, y es que un dúplex con terraza en el piso treinta de un rascacielos no es algo que se vea todo los días. Además tenían una tele de plasma descomunal. Me pregunto si será posible encontrar algo parecido en Bilbao.

Una vez en el salón de la casa, una de las chicas, que para más inri era novia de uno de mis hermanos, comentó que habíamos probado que teníamos dinero y éramos gente de bien, pero que para que nos dejaran subir al piso de arriba tendríamos que demostrar nuestra hombría haciendo treinta flexiones de brazos por cabeza. Estuve por decir que aquello era muy poco, pero, por no dejar en mal lugar a mis colegas, fingí que no era cosa de risa para mí.

Así hacen las flexiones en Francia

Así se hacen en Bilbao

Las hermanas aplauden la gesta

Y así pasamos a la última pantalla

Tras una nueva entrega de hongbaos subimos al piso de arriba para hostigar directamente a la novia, que se negaba a abrirnos la puerta del dormitorio. Todos dimos nuestros hongbaos de mayor valor, y Sam hizo lo propio con un par de sobres dorados que debían contener sumas más considerables de dinero.

Finalmente, como a las cantonesas no se las conquista sólo a base de músculo y dinero, Sam tuvo que cantar una canción romántica en cantonés, y Alice, a la que seguramente conmovió más la dedicación del novio que la pericia de éste como cantante, permitió que abrieran la puerta.

Sam practica su cantonés

La feliz pareja por fin estaba unida, pero todavía faltaba una cosa, había que encontrar el zapato de la novia, escondido en alguna parte de la casa. Tras no pocas vueltas, Sam dio con el dichoso zapato detrás de una pecera.

A la salida de casa, cubrimos a los novios con pétalos de flores y, cuando subieron al coche nupcial disparamos unos grandes cilindros de cartón que lanzaban confeti.

La siguiente parada fue el juzgado. Después de que los novios rellenaran no se qué papeles, los hermanos, las hermanas, y los familiares más cercanos de la novia asistimos a una sencilla a la par que emotiva ceremonia en una sala presidida por el emblema nacional de China. Los novios se leyeron sus votos, se pusieron los anillos el uno a la otro, y fueron declarados marido y mujer por una funcionaria del lugar que les hizo entrega de unos libros de familia que por un momento confundí con pasaportes chinos. Vaya susto, imagina que te da por casarte y te hacen chino de la misma.

La verdad es que me conmovió mucho verles tan felices.

Después volvimos a la casa de la novia para la ceremonia del té. La novia, que hasta ese momento había vestido de blanco a la guisa occidental, se puso un qipao (el vestido tradicional de por aquí, mucho más favorecedor y elegante, en mi modesta opinión) y se arrodilló junto a Sam para servir el té a sus familiares. Los parientes más próximos, empezando por la abuela y terminando por los tíos mas jóvenes, se sentaron por turno frente a los recién casados para beber el té y darles su bendición, así como algunos presentes como joyas y hongbaos.

Sirviendo el té a waipo (abuela)

Cumplidas las formalidades, nos fuimos a un restaurante cercano a comer dim sum, que es algo así como el hamaiketako cantonés. El dim sum es una comida que tradicionalmente se come a mediodía, se acompaña de té, y consiste en una gran variedad de platos entre los que nunca faltan los baozis y jiaozis, categorías que engloban las dieciocho mil variedades de pasta china (al vapor o frita) rellena de carne, verduras, o marisco. Pese a su origen humilde, el dim sum ha pasado por un proceso de refinamiento semejante al de nuestros pintxos, y ya es algo muy solicitado en restaurantes pijos de todo el mundo.

Después de comer, nos separamos para echar la siesta. Como el hotel nos quedaba a desmano, los hermanos echamos una cabezadita en el sofá del salón de la casa de la novia, no sin antes tener una interesante conversación con la abuela materna, una mujer de 75 años a la que le ha dado por estudiar inglés desde hace poco. La abuela fue la revelación del evento y se mostró incombustible durante toda la celebración.

Apenas recuperados de la maratón matutina, nos fuimos a Wilber’s, el restaurante reservado para el banquete propiamente dicho. El local es un restaurante occidental situado en una bonita casa de dos pisos en el centro de la ciudad, con un patio muy agradable y una decoración muy cuidada.

Como de costumbre, los chicos opusimos poca resistencia cuando las mujeres nos impidieron participar en las labores decorativas, aunque conseguimos que nos dejaran inflar algunos globos, todo sea dicho.

A eso de las cinco, cinco y media, empezó a llegar el grueso de los invitados, entre los que destaco a mis compadres Melanie, vecina y compañera alemana mía en la escuela, Vanessa, lectora española en la uni politécnica de Shenzhen, y Andoni, el “otro Juaristi” de SZ, del que ya os he hablado en anteriores ocasiones.

De antemano, mis hermanos franceses tuvieron la brillante idea de preparar una gincana para la hora de los aperitivos. Julien, que tiene un aire a Tip, hizo de maestro de ceremonias, explicando los juegos a chinos y occidentales. A pesar de no haber consumido una gota de alcohol, todos participamos en las carreras de relevos (llevando globos con una cuchara en la boca, haciendo el limbo, o, en pareja, sujetando un globo con la frente) o en el juego de las sillas (en el que había que levantarse a todo correr para buscar el objeto nombrado por Julien, un cordón de zapato o un billete de un yuan, para volver a sentarse cuanto antes). Al ser eliminado en el de las sillas, me tocó la prenda de llevar a Sam y Alice a la playa este verano.

Pierre y Waipo, ganadores de las primeras rondas

El juego de las sillas estuvo muy competido

Melanie y el padre de la novia, vencedores de la gincana

A continuación, Alice hizo lo de lanzar el ramo desde el balcón del segundo piso, y pudimos sentarnos a la mesa, donde nos encontramos con un bonito obsequio conmemorativo de la boda: Dos llaveros magnéticos de los que cuelgan una pareja de chinitos que se besan cuando los acercas.

La cena fue suculenta y abundante y no faltó el champán, que es un auténtico artículo de lujo por aquí. Ahora, lo mejor vino después, cuando los jóvenes nos fuimos de parranda al karaoke.

Brindis con el hermano Julien

Firmando con Vanessa en el libro de invitados. Marc, a la derecha, llegó tarde por que se perdió de camino a GZ

Andoni, Vanessa y un servidor haciendo los coros

Si veis pelis asiáticas de vez en cuando no hace falta que os explique de qué va el rollo karaoke por aquí. Digamos que tiene poco que ver con ir a antros de mala muerte como el Buhos para cantar delante de la parroquia. Lo que aquí se estila es alquilar una sala privada con sofás, mesitas, una tele grande que te cagas, y buenos altavoces. En este caso, también teníamos un váter propio, en el Melanie sacó la foto de esta graciosa advertencia que prohíbe algunos comportamientos poco comunes en occidente.


Prohibido pornerse de cuclillas sobre el retrete y verter disquetes, teléfonos, tijeras o llaves por el mismo

El repertorio no suele incluir Nino Bravo ni Camilo Sexto, pero aún así siempre es posible encontrar grandes clásicos de Abba, Frank Sinatra, Elvis Presley o Tom Jones para que los guiris demostremos nuestra habilidad para dar el cante. A los chinos les va más la canción ligera de su propio país y, por lo general, se lo toman bastante más en serio.

Al margen de lo que cada uno haga en su propia sala, algunos karaokes también organizan gincanas para todos los visitantes. Fue así como terminé participando en una competición de traslado de latas de cerveza. La prueba consistía en mover tantas latas de cerveza como uno pudiera de una mesa a otra (a unos cuatro metros de distancia) en medio minuto. El quid está en agarrar tantas como puedas entre los brazos y tener cuidado de que no se te caigan todas en el camino. Como chinos y franceses tienen poco que hacer ante un vasco de pura cepa en deportes que requieran esta clase de destrezas, me alcé con el primer premio: un vale de 100 yuanes para mi próxima visita y un llavero linterna de Budweiser (a ver qué hago yo con tanto llavero, me pregunto).

Haciendo notar mi poderío

Satisfecho con la hazaña

Cantando el alirón

De vuelta en el karaoke, los guiris fuimos despachando poco a poco a los chinos, que, ya sea por cansancio o por no compartir nuestro criterio musical, se fueron excusando educadamente. Una vez tomado el mando del local, cantamos (es un decir) hasta que nos echaron a eso de las 4:30.

Como no podía ser de otra forma, al día siguiente cayeron chuzos de punta.


5 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Vaya boda mas divertida.Vaya risas me he echado. Aqui son mas formales. Me ha molado lo de ir negociando con las chinitas a base de pasta. Se de uno que se hubiera quedado en la primera puerta. JAJA

7:41 PM

 
Anonymous Anonymous said...

Guauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

9:54 PM

 
Anonymous Anonymous said...

Genio, ya te lo dije pero te lo repito: qué entrada más buena, me hiciste llorar de la risa. Una historia de franceses, chinos y un bilbaino es demasiao...
Hasta muy prontito! mua!

10:57 AM

 
Anonymous Anonymous said...

Desde occidente todo esto se percibe muy extraño. Para empezar, 4 padrinos. Parece que van de p.... desde muy por la mañana (eso de los hongbaos no suena nada bien. Por cierto, si sobre rojo es hongbao, Hong Kong, ¿qué cosa roja es? ), pero en realidad es un batiburrillo entre D´Artagnan, Shrek y La Cenicienta. Para seguir el jaleo, a Martín ahora le da más reparo hacerse chino, que marido. No sólo eso, sino que la reina del sarao es una vejuna china que hace pinitos en inglés. Se adereza el asunto con una exhibición de Herri-kirolak, que, esto tampoco es cabal, gana nuestro representante. Para rematar, aparece un karaoke con un gran repertorio de canciones, entre las que, incomprensiblemente! no leo el himo del Athletic.

¿Habrás guardado unos globos de esos tan monos e igualmente increíbles, con forma de corazón, verdad?.

1:03 AM

 
Anonymous Anonymous said...

Lechón, me muero y no te educo;

¿Camisa negra en una boda? Espero que sea una tradición de allí... cosa que se comprueba que no por las fotos que has mandado.

Un abrazaco.

4:32 AM

 

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