Diario de un aventurero en chinataun taun taun.

Monday, October 13, 2008

Shanghai II

MIÉRCOLES 1 DE OCTUBRE (FIESTA NACIONAL)

Son las 21:05. Escribo en la terraza del Capitán, parándome casi a cada palabra para darle un sorbo al gintonic (que está de oferta) y contemplar boquiabierto el espectáculo nocturno. Algunos rascacielos del Pudong se han convertido en pantallas de video gigantes, el World Financial Center, el más alto de China, tiene estrellas parpadeantes en la cumbre, el Oriental Pearl Tower, también conocido como “el rascacielos de las pelotas”, cambia de color con efectos estroboscópicos, y en el río hay un tráfico constante de ferrys turísticos decorados con neones y barcos con anuncios luminosos, así como algunas embarcaciones mercantes cuya bocina resuena por encima del estruendo de la calle y la música del bar.

Podría ser mejor. La música podría ser mejor, la cuadrilla de guiris con sombreros baqueros se podrían ir a dar un baño en el Huangpu, y yo podría estar bien acompañado en lugar de sentarme solo escribiendo en la penumbra.



Esta mañana me he levantado temprano. He ido al váter a hacer de las mías pero, como no había papel higiénico y no tenía forma abastecerme sin retrasar la salida, me he limitado a asearme para bajar de inmediato a desayunar. El negro, al que a partir de ahora me referiré como la momia, me ha fulminado con la mirada porque al parecer le he despertado mientras me vestía.

Desayuno francés en el albergue, con zumo de naranja, café au lait (j’espère que ce n’est pas lait chinois), dos cruasanes de bollo caliente, mantequilla, mermelada y miel. 3 euros.

Subo por el paseo que hay junto al río. A estas horas hay pocos turistas y unos chinos practican ejercicios tradicionales (taichi, coreografías con abanicos, andar hacia atrás...).

Como el parque Huangpu está cerrado y el Garden Bridge, el famoso puente de vigas metálicas que se ve en tantas películas, está en obras, me meto a callejear un poco por el Bund.

El antiguo distrito financiero está repleto de preciosos edificios coloniales, muchos de los cuales están que se caen, abandonados o convertidos en viviendas de esas con demasiados inquilinos que cuelgan la ropa hasta en la antena de la televisión. Dicen que el Bund tiene una de las mayores concentraciones de edificios Art decó del mundo, y, en mi opinión, no les debe faltar razón.





Edificios del Bund


Cojo el metro, que, a pesar de ser temprano, ya está abarrotado de turistas, y me planto en la antigua concesión francesa, un agradable barrio residencial de viejos edificios coloniales, en mejor estado de conservación que los del Bund, con boutiques de lujo y cafeterías de diseño Todo muy francés.




Barrio frances


Allí visito el lugar donde se celebró el primer congreso del Partido Comunista Chino. Del lugar se conservan la casa y la habitación donde se reunieron Mao y compañía, hasta que tuvieron que salir pitando antes de ser arrestados por los gendarmes, que motivos tenían para estar preocupados. En el primer piso han montado un museo del PCCh en el que se exhiben multitud de documentos y objetos que atestiguan el dominio extranjero en Shanghai, las lamentables condiciones en las que vivían los obreros chinos, y la progresiva organización de movimientos de resistencia antiimperialista, primero, y socialista, después. También hay un diorama que recrea el famoso congreso junto a unas semblanzas de los participantes, muchos de los cuales acabaron bastante mal por “traicionar” a la causa.

En la tienda del museo, me compro un reloj de pulsera con una foto de Mao, que mueve la manita cuando le das cuerda (10 euros). Me da cosa ponérmelo en China, pero es que es muy mono.

De camino a la siguiente atracción turística, atravieso el parque Fuxing y veo a la gente jugando con las cometas y a unos niños que pescan peces de colores en una piscina hinchable, aunque lo que más envidia me da son una especie de barcos de choque, también para críos, que se mueven haciendo girar unos molinillos de agua.



Como el doctor Sun Yat-sen, primer presidente de la República de China y fundador del Kuomingtang, vivió cerca de allí durante bastantes años, me paso por el museo de su antigua casa. En el museo hay multitud de efectos personales (desde sus uniformes de gala hasta el estetoscópio del médico presente en su fallecimiento, pasando por sus navajas de afeitar), así como fotografías documentos cuya valía hubiera podido apreciar mejor de haber contado con la audioguía.


Casa-museo de Sun Yat-sen


En la calle, me encuentro después con la casa de Zhou Enlai, el primer ministro de Mao Zedong. Tal vez por haber sido más moderado que Mao, Zhou Enlai es, probablemente, el político más querido y recordado en este país, hasta el punto de que, sin ser un adonis, hay muchas que dicen que fue el hombre más guapo de China. Tanto él como Sun Yat-sen tenían fama de austeros, pero, por lo que he oído, lo de Zhou debía de ser el no va a más y se agarraba unos buenos cabreos siempre que sus subordinados trataban de agasajarlo un poco. En esta casa, que compartía con una veintena de camaradas del partido, se empeñó en alojarse en una de las peores habitaciones en la planta baja. Poco que ver en la casa.

Llego a la calle Taikang, donde han rehabilitado un viejo barrio de viviendas de ladrillo como zona de galerías y estudios de arte. Es un lugar muy agradable, con calles estrechas e intrincadas, y con pocos turistas, cosa que no les debe hacer mucha gracia a los dueños de los restaurantes y las tiendas de ropa o artesanía, pero que yo agradezco inmensamente. Como un sandwich de pollo con ensalada, patatas y cocacola en el Maui Cafe, 6 euros.



Centro de arte de la calle Taikang


Busco sin éxito el museo de posters de propaganda comunista (Propaganda Poster Art Center). Al final resulta que el mapa está equivocado y el museo está a tomar por culo. Desisto y vuelvo al metro por la abarrotada calle Huahai.


Calle Huahai


La decisión de ir en este momento al Pudong, a subir a uno de los rascacielos nuevos, no es la más sabia que tomo en el viaje. El transbordo del metro en la parada de la plaza Renmin es una batalla campal. Entro en el vagón de chiripa y la camiseta se me queda enganchada en la puerta.

Tras dos años y pico en este país pensaba que estaba acostumbrado a las multitudes, pero lo del Pudong es por demás. Además, muchas de las calles están en obras, así que tenemos que marchar en rebaño entre las vallas y las carreteras. Llego a un parque rodeado de rascacielos y me tiro un rato en el césped.






Como no encuentro otro camino para llegar al WFC, el rascacielos más alto, sorteo un par de carreteras de muchos carriles procurando ponerme detrás de un grupo de turistas que me sirvan de escudo humano. Al llegar, compruebo que hay 210 minutos de cola para subir, y en el Jinmao, el segundo más alto, la cola no parece más corta, así que subo por el paseo que da al Bund hacia el “edificio de las pelotas”. La vista merece la pena, pero el mogollón de gente termina por ponerme de mal humor. No hay mucha cola para subir al dichoso edificio, pero la entrada cuesta 15 euros y decido que lo que más me apetece es huir del Pudong cuanto antes.

El Bund desde el paseo del Pudong

Otra bonita vista del Pudong


Me cuesta un rato encontrar la entrada del metro, donde el gentío no ha disminuido. Como el metro se salta mi parada, vuelvo a la plaza Renmin. Pruebo suerte y cojo otro metro en sentido contrario, pero se vuelve a saltar mi parada y me devuelve al Pudong, así que me resigno y regreso a la plaza Renmin por enésimavez. Tengo la impresión de que Shanghai tiene cierta escasez de paradas y líneas de metro. Es como si tuviera una red de metro parecida a la de Madrid, cuando la ciudad en sí es cuatro veces más grande.


Parada de Renmin Guangchang


Camino del albergue, en la calle Fuzhou, encuentro varias papelerías una detrás de otra (es muy común que en China los comercios del mismo tipo se agrupen unos al lado de otros) y me abastezco de cuadernos y rotuladores, que en Shenzhen hay bastante poca cosa de ésta.

Según me acerco al río, la calle se va llenando de gente y termina por hacerse peatonal, y hay puestos de barbacóa y vendedores ambulantes por doquier. La calle que va junto al río está hasta arriba y las colas de los baños públicos parecen casi tan largas como las de los rascacielos de Pudong. Al parecer están esperando para ver los fuegos artificiales del día nacional, pero yo ya tengo más hambre que curiosidad y me meto a cenar en una cervecería muy elegante donde el 95 % de la clientela son guiris con pinta de ejecutivos. Ceno unas fajitas de pollo con frijoles y cerveza rubia, que me sientan divinamente, por unos 10 euros.



Multitudes en las inmediaciones del albergue

Y de allí al bar del albergue, donde concluye esta entrega.


Vista desde el albergue


De vuelta en la habitación, hablo un momento con un indio sobre lo que hemos visto durante el día, pero la momia nos asusta con una de sus miradas funestas y nos vamos a dormirla.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Muy buenas las fotos, das una visión bastante buena de la variedad de la ciudad

5:50 PM

 
Anonymous Anonymous said...

¡Pero qué van a ser buenas las fotos, si no se le ve!

2:23 AM

 

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