Surrumurrus
Hará unos veinte años, una pareja norteamericana vino a Shenzhen de viaje de negocios con su hijita de seis años. Aprovechando las horas libres, la familia visitó un mercado callejero y, en un momento de descuido, la niña se les extravió en la multitud y no la volvieron a encontrar. Los padres removieron Roma con Santiago durante meses, pero no hubo forma de encontrarla y finalmente tuvieron que regresar a su país, desde donde continuaron la búsqueda a través de detectives privados. Lejos de resignarse, la pareja se turnaba para venir unas semanas cada año, hasta que fueron perdiendo la esperanza y estas visitas se hicieron menos frecuentes. Unos quince años más tarde, la madre volvió a SZ por última vez. Al pasar por un puente peatonal notó que algo le tiraba del pantalón. La mujer miró al suelo y reparó en una figura raquítica y contrahecha, con las piernas rotas y dobladas por encima de los hombros, que se arrastraba sobre una tabla de madera con ruedas y clavaba en ella unos grandes y pálidos ojos azules mientras le decía “¡Mamá!”.
Esta historia se la oyó contar un compañero a una chica de Hong Kong, que explicaba así la aprensión que le inspiraba la ciudad en la que vivo. La historia, ya de por sí inverosímil, resulta todavía menos creíble viniendo de donde viene, ya que SZ no tiene muy buena fama entre los hongkoneses. Sin embargo, a este lado de la frontera también hay quien habla de mafias que secuestran niños para mutilarlos y ponerlos a pedir en la calle. Por oír, he oído que hasta los raptan de las maternidades y los crían dentro de una caja para que crezcan contrahechos.
No discuto la existencia de mafiosos que explotan a los mendigos, pero no me parece que la mendicidad sea tan lucrativa como para que a alguien le de por poner un criadero de tullidos. Lo que sí que es cierto es que la poca gente que veo en la calle con minusvalías severas, o con anormalidades y defectos físicos manifiestos, casi siempre están pidiendo, cosa que tampoco da buena espina.
Por otro lado, parece que hay aquí bastante afición a las leyendas urbanas. Muchas de ellas tienen lugar en Dongmen, el barrio comercial del que os he hablado en más de una ocasión. Son historias menos elaboradas que la de la familia yanqui, como la del hombre que se dedica a pinchar a la gente con una jeringuilla infectada de sida sin que estos se enteren, o la del infeliz al que abrieron en canal, sin anestesia ni nada, para robarle el corazón en un lavabo público.
También hay una historia que me cuesta mucho creer, a pesar de que hay quien dice haberla leído en el periódico, y es que, al parecer, la frontera con HK está cosida de túneles secretos que los contrabandistas utilizan para pasar toda clase de mercancías de un lado al otro. Se dice que la policía china encontró uno de estos túneles al registrar un edificio próximo a la frontera donde paraban demasiados camiones, y luego anunció que podía haber muchos más por descubrir.
Mis alumnos me contaron otra leyenda urbana cuando les consulté sobre el tema. Trata de un taxista que recogió a una misteriosa mujer vestida de blanco en el distrito de Nanshang a altas horas de la noche. La chica era muy guapa, y por eso el taxista la miraba intermitentemente a través del espejo retrovisor, hasta que, en una de estas, la pasajera ya no estaba allí. El taxista estaba desconcertado, pero siguió circulando porque no podía pararse en medio de la autopista. En una de estas, el taxista volvió a mirar atrás y allí estaba ella de nuevo como si no hubiera pasado nada. El chofer no se atrevió a decir nada porque temía que le tomaran por loco y siguió conduciendo. La chica volvió a desaparecer y a reaparecer en numerosas ocasiones y el pobre hombre ya no sabía qué pensar. Distraído como iba, reaccionó tarde ante un semáforo en rojo y paró con un fuerte frenazo. Al taxista se le heló la sangre cuando una mano ensangrentada le cogió del hombro y se oyó una débil voz que decía: “¿me puede dad un kleenex, pod favod?”
¿Alguien se imagina lo que pasó?
En efecto, la chica no había desaparecido, sino que se agachaba detrás del asiento para hurgarse los mocos. Cuando el coche frenó violentamente, ella se clavó el dedo en la nariz con no menos fuerza, y es por esto que la mano estaba llena de sangre. Escalofriante.
Esta historia se la oyó contar un compañero a una chica de Hong Kong, que explicaba así la aprensión que le inspiraba la ciudad en la que vivo. La historia, ya de por sí inverosímil, resulta todavía menos creíble viniendo de donde viene, ya que SZ no tiene muy buena fama entre los hongkoneses. Sin embargo, a este lado de la frontera también hay quien habla de mafias que secuestran niños para mutilarlos y ponerlos a pedir en la calle. Por oír, he oído que hasta los raptan de las maternidades y los crían dentro de una caja para que crezcan contrahechos.
No discuto la existencia de mafiosos que explotan a los mendigos, pero no me parece que la mendicidad sea tan lucrativa como para que a alguien le de por poner un criadero de tullidos. Lo que sí que es cierto es que la poca gente que veo en la calle con minusvalías severas, o con anormalidades y defectos físicos manifiestos, casi siempre están pidiendo, cosa que tampoco da buena espina.
Por otro lado, parece que hay aquí bastante afición a las leyendas urbanas. Muchas de ellas tienen lugar en Dongmen, el barrio comercial del que os he hablado en más de una ocasión. Son historias menos elaboradas que la de la familia yanqui, como la del hombre que se dedica a pinchar a la gente con una jeringuilla infectada de sida sin que estos se enteren, o la del infeliz al que abrieron en canal, sin anestesia ni nada, para robarle el corazón en un lavabo público.
También hay una historia que me cuesta mucho creer, a pesar de que hay quien dice haberla leído en el periódico, y es que, al parecer, la frontera con HK está cosida de túneles secretos que los contrabandistas utilizan para pasar toda clase de mercancías de un lado al otro. Se dice que la policía china encontró uno de estos túneles al registrar un edificio próximo a la frontera donde paraban demasiados camiones, y luego anunció que podía haber muchos más por descubrir.
Mis alumnos me contaron otra leyenda urbana cuando les consulté sobre el tema. Trata de un taxista que recogió a una misteriosa mujer vestida de blanco en el distrito de Nanshang a altas horas de la noche. La chica era muy guapa, y por eso el taxista la miraba intermitentemente a través del espejo retrovisor, hasta que, en una de estas, la pasajera ya no estaba allí. El taxista estaba desconcertado, pero siguió circulando porque no podía pararse en medio de la autopista. En una de estas, el taxista volvió a mirar atrás y allí estaba ella de nuevo como si no hubiera pasado nada. El chofer no se atrevió a decir nada porque temía que le tomaran por loco y siguió conduciendo. La chica volvió a desaparecer y a reaparecer en numerosas ocasiones y el pobre hombre ya no sabía qué pensar. Distraído como iba, reaccionó tarde ante un semáforo en rojo y paró con un fuerte frenazo. Al taxista se le heló la sangre cuando una mano ensangrentada le cogió del hombro y se oyó una débil voz que decía: “¿me puede dad un kleenex, pod favod?”
¿Alguien se imagina lo que pasó?
En efecto, la chica no había desaparecido, sino que se agachaba detrás del asiento para hurgarse los mocos. Cuando el coche frenó violentamente, ella se clavó el dedo en la nariz con no menos fuerza, y es por esto que la mano estaba llena de sangre. Escalofriante.
1 Comments:
buena leyenda urbana. Recuérdame que te cuente la del loro del adosado
6:13 PM
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