Diario de un aventurero en chinataun taun taun.

Sunday, June 10, 2007

Yunnan 1: Lijiang y la garganta del salto del tigre

El pasado treinta de abril, a eso de las diez y media de la noche, Marc, Aaron y un servidor llegamos a la ciudad de Kunming, capital de la provincia de Yunnan. Un francés, un americano, y uno de Bilbao, como en los chistes. Al contrario que nosotros, mi mochila debió tener un viaje movido, porque el soporte de las asas apareció totalmente descosido cuando la recogí. Le hice un apaño que aguantaba bastante bien, pero habría que comprar una nueva antes de enfrentarnos a la célebre garganta del salto del tigre.
Mi primer contacto con la gastronomía local consistió en una sopa de fideos con ternera, salada como agua de mar, de mar muerto. Las futuras comidas durante el viaje revelarían que el amor apasionado por la sal es algo que caracteriza a la cocina de Yunnan, o al menos de su mitad norte.
Éste fue uno de los escasos recuerdos que me llevé de Kunming, ya que a primera hora del día siguiente cogimos el bus para Lijiang. En este viaje hemos hecho muchas horas de autobús, un problema que seguramente hubiéramos podido paliar de haber preparado el itinerario con más cuidado. Por ejemplo, si nos hubiéramos dado algo más de prisa en comprar los billetes de avión, habríamos podido volar directamente a Lijiang, ahorrándonos las ocho horas de bus desde Kunming (mas dos de espera hasta que el bus se llenara y saliera). De lo malo, pudimos familiarizarnos con el paisaje de la zona y visitar un par de restops provistos de unos inmensos almacenes donde se vendían piezas de mármol y jade de todos los tamaños. Me pregunto qué clase de turista compra una vasija de mármol de dos metros de altura en un almacén en medio de ninguna parte.
Llegamos a Lijiang caída la noche. Ibon y los amigos de Bilbao habían llegado allí horas antes y nos habían reservado una habitación en el albergue donde estaban alojados, prueba de la pobre labor de anfitriones que hicimos los expatriados, bastante a remolque de los visitantes.
Ibon es el primer amigo que ha venido a visitarme a China. Se hace raro encontrarse con un colega de casa en un contexto tan diferente. Lo ves pero no te lo acabas de creer. Cuando el lugar y la persona pegan tan poco en tu cabeza, hay momentos en los que lo uno anula la verosimilitud de lo otro. ¿Es ése Ibon? Y si lo es, ¿dónde narices estoy, en Lijiang o en Lekeitio? Mira que le he visto en toda clase de situaciones, pero topármelo andando en bici por una oscura callejuela del barrio viejo de Lijiang es con mucho la más rara.
El paisaje nocturno del viejo Lijiang tampoco aporta mucho realismo a la circunstancia, con sus adoquines, sus casitas de tejados curvos decorados con mil filigranas, sus canales atravesados por puentes de piedra y pasarelas de madera, sus patios, sus farolillos rojos y sus terrazas iluminadas con velas... Todo es tan bonito que parece de mentira, aunque quizás sería mejor decir que todo es tan bonito porque es de mentira. En el barrio apenas hay otra cosa que tiendas de artesanía y souvenirs, albergues, agencias de viajes, bancos, bares y restaurantes para turistas. Muchas de las construcciones son nuevas o han sido totalmente restauradas, pero eso sí, con mucho gusto. Personalmente, creo me es más simpática la honestidad kitsch de las atracciones turísticas Shenzhenitas, más del estilo de Las Vegas o Disneylandia, pero hay que reconocer que Lijiang tiene su encanto.
Después de comprarme una mochila nueva y cenar en una de esas terrazas tan apetecibles regresamos al Pamba Guesthouse, el albergue que sería nuestro centro de operaciones durante todo el viaje, y nos acostamos temprano para madrugar al día siguiente, el primer día en la garganta.
La garganta del salto del tigre, Hu Tiao Xia, es uno de los parajes naturales más espectaculares de China, así como una de las gargantas más profundas del mundo. En los 16 kilómetros por los que el río Yangzi recorre el minúsculo estrecho entre la cordillera del dragón de jade, Yulong Xueshan, y la montaña Haba, la distancia entre el agua y las níveas cumbres de las montañas llega a los 3900 metros de pared casi vertical. La distancia entre ambas laderas se reduce a los 25 metros en su punto más estrecho, que es de donde se dice que el tigre saltó de un monte a otro para escapar del tenaz cazador que se partió la crisma intentando imitarlo. Y el que quiera saber más que consulte la Wikipedia.
Ibon y Pedro habían apalabrado una minifurgoneta en un albergue próximo para primera hora del día. La idea era buena, pero unos guiris se nos debieron adelantar y nos quitaron el transporte, de modo que tuvimos que esperar una hora y media hasta que la dueña del albergue, una señora que nos hacía llamarla “mama” y nos obsequió con unos colgantes con saquitos de lavanda, nos apañó otra minifurgo.
Llegamos a Qiaotou, el punto de partida del recorrido, un par de horas más tarde. El mosqueo por el retraso se nos pasó según nos acercamos al lugar y pudimos ver mejor los picos nevados de las montañas del dragón de jade.
En este momento, la voz en off del narrador de “Al filo de lo imposible” hablaría de los profundos sentimientos que nos embargaban, de la naturaleza indomable de las montañas y del espíritu inquebrantable de los exploradores. A mí se me escapa esta retórica y tampoco es que domine la jerga montañera, así que espero que disculpéis la falta de lirismo y las posibles inexactitudes.
Después de un par de horas de caminata por la ladera de la montaña Haba bajo un sol de justicia, el grupo llegó a una preciosa aldea montañesa. Mark, Aaron y yo entramos a comer en un albergue llamado el Naxi Family Guesthouse. Ibon y Pedro venían detrás nuestro pero no aparecieron, cosa que no me hubiera extrañado tanto de no ser porque no podían estar a más de cuatro metros de nosotros cuando entramos. Me dije que era posible que hubieran seguido adelante, pero lo normal hubiera sido avisarnos, digo yo.
Una de las cosas que más me gustó de la garganta fueron sin duda los albergues. Regentados por gente local, pertenecientes a la etnia Naxi, hacían gala de un buen gusto más espontáneo que el de las impecables casitas de Lijiang. Los tejados curvos y las filigranas de madera seguían ahí, pero tenían un aspecto más tosco y funcional, como corresponde a un caserío. Por muy duro que sea el invierno ahí arriba, apetece ir allí en esa época para refugiarse del frío junto a la lumbre de esas cocinas negras como cuevas, aunque, bien pensado, se está mejor tomando el fresco a la sombra de los patios porticados en las calurosas tardes de mayo.
Mención aparte merecen los váteres o letrinas, del tipo en el que hay que agacharse con los pies a los lados de una abertura en el suelo bajo el único resguardo de un muro de metro y medio. Pongo foto.
Los naxi, la etnia local del entorno de Lijiang, tienen un idioma propio perteneciente a la familia sino-tibetana y un sistema de escritura pictográfico de más de 1000 años llamado dongba (sabio) que recuerda bastante a los tebeos de Cutlass. Su religión tiene el mismo nombre y deriva de la religión bon, el culto chamánico profesado en el Tíbet antes de la llegada del budismo, y está influída a su vez por el lamaísmo tibetano y el taoísmo chino. Por lo que se dice en internet, los naxi son sólo unos 300.000, pero dan la impresión de ser más. Los hombres visten parecido a los chinos han, pero a las mujeres, fácilmente reconocibles por una especie de capa en forma de “t” que al parecer utilizan para sujetar los cestos que llevan a la espalda, se las ve por todas partes. Se viste mucho de mahón, como en fiestas de Lekeitio, y es que este tejido se empezó a fabricar en China, en la ciudad de Nanqing en concreto. El nombre le viene del puerto de Mahón, en Menorca, “donde en el siglo XVIII los buques ingleses transbordaban los cargamentos destinados a puertos españoles de Levante”. Lo dice en el diccionario de la RAE, el mismo lugar donde descubrí que la palabra ketchup proviene del chino, ¡toma ya!.Después de comer seguimos con la caminata, que en el tramo conocido como “las veintiocho curvas” se puso muy pero que muy difícil. En esta pendiente zigzagueante e interminable también perdí de vista a Aaron y a Mark, ya que llevábamos ritmos diferentes. A quienes no perdía de vista era a los guías locales, que me animaban constantemente a subirme a sus caballos o se ofrecían a llevarme la mochila hasta el siguiente albergue. Yo rehusaba tan amablemente como podía, y el caballo, bien adiestrado para lidiar con turistas rácanos, me propinaba un coletazo en la cara mientras seguían para arriba por aquel camino de cabras.
Al contrario de lo que me habían anunciado, los naxi no me resultaron particularmente amistosos u hospitalarios. Por lo menos en la garganta, algunos parecían ofenderse bastante si uno no aceptaba lo que le ofrecían, y, al cobrar peaje en algunos tramos de cuyo mantenimiento se encargaban, su actitud era algo chulesca y antipática. Al dueño de un puestecito de bebidas donde me paré casi al final de las 28 curvas, por ejemplo, no le debió hacer ninguna gracia que yo me hubiera traído mi propia agua, porque, una vez me preguntó de dónde era, me empezó a decir que España era un país minúsculo, que la gente de allí no era buena, que las mujeres no eran guapas, y alguna otra gracia que no le entendí, pero que sus amigos y una mochilera americana (que espero que no se estuviera enterando de lo que pasaba) le rieron a gusto. Mi chino no da para réplicas ingeniosas, así que me limité a sonreír y a decir un par de cosas feas de él y de su familia en el idioma de Cervantes. Aaron, que había llegado al de poco de estar yo allí pero debía estar a otra cosa, me propuso seguir adelante, y allí dejamos al tendero y sus amigos.
Gracias a dios, las 28 curvas, que según mi percepción podían haber sido 56 u 84, terminaron apenas diez metros más arriba, y de repente el camino empezó a ir hacia abajo por un sendero boscoso. Al de poco nos alcanzó Marc, y algo más tarde nos llamó Ibón desde el siguiente albergue, el Tea Horse Guesthose, donde nos habían vuelto a reservar las habitaciones. Aunque el sol nos había acompañado durante todo el camino, tuvimos que apresurarnos bastante en el último tramo para que no nos pillara la tormenta, que advertía de su inminencia con unos truenos ensordecedores.
Habiéndonos perdido de vista cuando entramos en el albergue anterior, y pensando que habíamos seguido adelante, Ibon y Pedro se nos habían adelantado hasta el Tea-Horse, donde los encontramos bebiendo Tsingtaos y ligando con las guiris. A pesar del cansancio, nos dimos bastante prisa en acompañarles y ver la tormenta refugiados bajo el pórtico del patio. La cena no fue especialmente suculenta, pero al menos probamos la pizza de yak, carne salada y de fuerte sabor que degustaríamos en diferentes modalidades (asada, frita, adobada…) a lo largo del viaje sin que nos acabara de convencer.
Puede que por exceso de cansancio, no dormí muy bien aquella noche. Además, la habitación no tenía cortinas y la luna llena lo iluminaba todo como si de un sol pálido se tratara. Me di un par de vueltas por el patio para hacer compañía a los gatos y al pobre mono que tenían allí enjaulado, y me volví a la cama hasta que finalmente me dormí.
El recorrido del día siguiente fue más fácil y relajado, lo cual hizo posible disfrutar más del paisaje, con sus peñas, sus cascadas y sus cabritas. El camino era más ancho y llano, aunque en cierto momento empezó a ir pendiente abajo, haciéndome polvo las puntas de los pies, lo que me hizo ir más despacio y a separarme de los demás hasta que me los volví a encontrar, bien pasada la media tarde, en el Tina’s, otro albergue más grande y con menos encanto que los anteriores. Esto bien puede deberse a que el Tina’s está al lado de la carretera y es, por tanto, un local destinado a dar de comer a los inmensos grupos de turistas chinos que llegan aquí en autocar para descender al punto de máxima estrechez de la garganta. Se ahorran la caminata, pero también se pierden lo más bonito.







El descenso al abismo, teniendo los pies como los tenía, fue algo penoso pero había que hacerlo, aunque sólo fuera por comprobar que no se podía llegar más abajo. El sendero había sido despejado y habilitado por los propios Naxi, que cobraban un peaje de diez yuanes (un euro) en tres puntos clave del recorrido. El precio no es para nada abusivo, pero harían bien en cobrarlo todo en la entrada en lugar de hacerte pensar que ya has pagado lo que debías para que luego te encuentres con un grupo de tíos malencarados que te vuelven a pedir más dinero. Justo es decir que el paisaje del fondo del cañón merecía la pena. Los rápidos del Yangzi hacían tal estruendo que había levantar mucho la voz cuando para entenderse, y, dando vueltas entre los remolinos pero sin moverse del mismo punto del río, el cadáver flotante de un cerdo captaba la atención de los turistas casi tanto como el propio paisaje.
Para subir del río había un camino fácil, con unas escaleras que llevaban casi directamente a la carretera de arriba, y uno difícil, que seguía por la ladera hasta la siguiente aldea. En esta ocasión formé equipo con Ibon y Pedro, que fueron los que no dudaron dos veces en optar por la opción arriesgada, mientras que yo me mostraba bastante inclinado a dejarnos de aventuras (creo que mis palabras exactas fueron “no vamos a salir vivos de aquí”). Mi miedo pánico a las alturas no se manifiesta en los aviones, en los rascacielos o en lo alto de las montañas, o al menos no lo hace tanto como cuando la distancia de la caída es algo mensurable. Puede que sea por que prefiero una muerte segura y repentina a la posibilidad de una lenta y dolorosa, pero el hecho es que prefiero mil veces caer de un avión a hacerlo desde una tapia de, digamos, ocho metros.
Estoy seguro de que mis miedos influyeron bastante en mi percepción, pero había tramos francamente peligrosos, en los que el camino se estrechaba hasta algo menos de un metro, tramos en los que parecía no haber una superficie firme y las rocas rodaban a nuestros pies. Yo seguía adelante con la mirada fija en el siguiente paso mientras tarareaba canciones que me hicieran pensar en otra cosa. Pedro e Ibon sacaban fotos y se maravillaban con el paisaje. En cierto momento, oímos una explosión que atribuimos a posibles obras en los senderos, ya que buena parte del camino estaba escavado en la pared rocosa.
Finalmente llegamos a la aldea. Llegamos prácticamente a la vez que Aaron y Marc, que se habían perdido por un sendero inferior al nuestro hasta que se encontraron con un oriundo que les hizo de guía. En cierto momento, el guía se detuvo y lanzó el potente petardo a cuya explosión me he referido antes. La finalidad de esta práctica, les explicó, era asustar a los osos, aunque a los que casi mata del susto fue a mis amigos. Lastima, si llego a saber que había osos creo que no me hubiera preocupado tanto por las alturas.

En el albergue nos encontramos con una mejicana y una belga que conocimos en el Tea Horse la noche anterior, y que, en lugar de bajar al fondo de la garganta, habían venido andando por la carretera desde el Tina’s. Lo que a nosotros nos había llevado unas cuatro horas, lo hicieron ellas en poco más de diez minutos.
Compartimos cena y cerveza con estas dos encantadoras estudiantes de chino y estuvimos bastante a gusto hasta que unos franceses borrachos empezaron a dar la nota, cantando a voz en grito y obligando a la encargada a poner más alta la música.
Aquella fue nuestra última noche en la garganta, pero todavía quedaba mucho por ver en Yunnan.

5 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Mitrofan no te olvidamos

7:18 PM

 
Anonymous Anonymous said...

vaya cague de gargantas

6:02 PM

 
Anonymous Anonymous said...

Muchas gracias Martin, me ha hecho mucha gracia revivir las andazas de mi y Anasa por China.
Escribes muy bien, aunque se nota que te has documentado para incluir datos en plan "los documentales de la 2"

Ya que ayer mismo nos vimos por Bilbao, te escribo un par de líneas que aun te debemos desde nuestro viaje.

Por cierto, ¿Hay alguna forma de escribir más de un par de líneas en los comentarios?
Me gustaría aportar mi granito de a tu blogy escribir más y asi relatar también Yunnan y Sehnzhen (que te falta relatar nuestro corto periplo por Shenzhen)

He disfrutado con la narración de nuestro viaje y espero seguir leyendo tus proximos capítulos.

A ver si más amigos tuyos se animas a visitarte. China es impresionante y hay mucho que ver (pero que no te lleven por más precipicios)

Un saludo
Agur eta Aupa MariJaia
Pedro

6:48 PM

 
Anonymous Anonymous said...

qué quereis que os diga. con este aire aventurero que estás cogiendo cada dia te encuentro más buenorro!

9:07 PM

 
Anonymous Anonymous said...

Hola,

estoy preparando mi viaje a China. Me encantaría hacer la garganta del tigre, crees q siendo chica y no muy deportista...podré aguantar todo?
Muchas gracias
Arantxa

1:44 AM

 

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