Girl power
Hoy he ido a Hong Kong por segunda vez a continuar mi queste en pos de las tiendas de cómics. Un informante bilbaíno residente en París me proporcionó la dirección de dos de ellas hará una semana, pero entre una cosa y otra he tenido que posponer la expedición hasta hoy.
Mi intención era salir temprano, pero ayer estuve de parranda (ya os hablaré de los bares de Shenzhen en otra ocasión) y he terminado plantándome a las 13:30 en la galería comercial Causebay, un claustrofóbico amasijo de tiendas, peluquerías y ciberlocutorios anegado por la marea humana. Allí estaban mis queridos tebeos, pero parece ser que las tiendas de cómics son los únicos comercios que cierran los domingos y he tenido que conformarme con pegar la nariz al escaparate. Ha sido la peor experiencia que he tenido en China, la tortura de estar separado de todos aquellos cómics por una barrera transparente de cinco milímetros. Después de permanecer allí parado durante largo rato, incapaz de poner fin a semejante tormento, he realizado un esfuerzo titánico para separar mi cara del cristal y encaminarme hacia la salida.
Como no contaba con un plan B, aparte de la poco gratificante tarea de buscar un libro de texto para las particulares de inglés que empezaré a impartir mañana, me he decidido por visitar el parque Victoria, que estaba prácticamente al lado. Como visitante asiduo del parque Lizhi, no pensaba que fuera a ver nada que no hubiera visto ya, pero me apetecía escapar un momento de la vorágine para llorar mis penas en soledad.
Parte del parque estaba cerrado porque se celebraba un festival de las flores para el que había que pagar entrada, pero me entretenido un rato en el mercadillo anejo, donde he comprado un par de muñequitos de Pesadilla antes de navidad. Al seguir adentrándome en el parque he visto parte del concierto de un grupo de chavales que tocaban rock y he presenciado una carrera de lanchas teledirigidas que iban tan rápido que salpicaban a los viandantes que pasaban junto al estanque. Según seguía andando empezaba a ver a más y más grupos de personas haciendo picnic sobre plásticos que habían extendido sobre el suelo. Al igual que aquella vez en que fui a dar clase y casi termino participando en un concurso (ver entrada anterior), caí en la cuenta de que allí pasaba algo raro, pero no estuve seguro de qué era hasta que llegué a un punto donde me vi rodeado por unos cuarenta de estos grupos…
Yo era el único hombre.
Mi confusión es compresible porque había bastantes chicas vestidas como hombres y con pinta de ser muy machos, pero había todo tipo de mujeres de todas las edades despatarradas en el suelo, comiendo, echando la siesta, tocando la guitarra, maquillándose, cantando, jugando a las cartas… Algunas llevaban velo y tocaban música árabe con panderetas, otras cantaban a coro canciones de acampada acompañadas con armónicas.
Solo entre cientos de mujeres ociosas, me sentía como el último hombre de la tierra. Un poco desasosegante, la verdad. Tampoco me hacía gracia que les pudiera molestar mi presencia, pero como no parecían hacerme ningún caso me di un paseo como quien se mete por error en la ciudad prohibida y aprovecha para darse una vueltecita haciéndose el longuis, y hasta me atreví a sacar un par de fotos para vuestra satisfacción antes de salir por patas, no fuera a terminar como el bueno de Orfeo.
Mi intención era salir temprano, pero ayer estuve de parranda (ya os hablaré de los bares de Shenzhen en otra ocasión) y he terminado plantándome a las 13:30 en la galería comercial Causebay, un claustrofóbico amasijo de tiendas, peluquerías y ciberlocutorios anegado por la marea humana. Allí estaban mis queridos tebeos, pero parece ser que las tiendas de cómics son los únicos comercios que cierran los domingos y he tenido que conformarme con pegar la nariz al escaparate. Ha sido la peor experiencia que he tenido en China, la tortura de estar separado de todos aquellos cómics por una barrera transparente de cinco milímetros. Después de permanecer allí parado durante largo rato, incapaz de poner fin a semejante tormento, he realizado un esfuerzo titánico para separar mi cara del cristal y encaminarme hacia la salida.
Como no contaba con un plan B, aparte de la poco gratificante tarea de buscar un libro de texto para las particulares de inglés que empezaré a impartir mañana, me he decidido por visitar el parque Victoria, que estaba prácticamente al lado. Como visitante asiduo del parque Lizhi, no pensaba que fuera a ver nada que no hubiera visto ya, pero me apetecía escapar un momento de la vorágine para llorar mis penas en soledad.
Parte del parque estaba cerrado porque se celebraba un festival de las flores para el que había que pagar entrada, pero me entretenido un rato en el mercadillo anejo, donde he comprado un par de muñequitos de Pesadilla antes de navidad. Al seguir adentrándome en el parque he visto parte del concierto de un grupo de chavales que tocaban rock y he presenciado una carrera de lanchas teledirigidas que iban tan rápido que salpicaban a los viandantes que pasaban junto al estanque. Según seguía andando empezaba a ver a más y más grupos de personas haciendo picnic sobre plásticos que habían extendido sobre el suelo. Al igual que aquella vez en que fui a dar clase y casi termino participando en un concurso (ver entrada anterior), caí en la cuenta de que allí pasaba algo raro, pero no estuve seguro de qué era hasta que llegué a un punto donde me vi rodeado por unos cuarenta de estos grupos…
Yo era el único hombre.
Mi confusión es compresible porque había bastantes chicas vestidas como hombres y con pinta de ser muy machos, pero había todo tipo de mujeres de todas las edades despatarradas en el suelo, comiendo, echando la siesta, tocando la guitarra, maquillándose, cantando, jugando a las cartas… Algunas llevaban velo y tocaban música árabe con panderetas, otras cantaban a coro canciones de acampada acompañadas con armónicas.
Solo entre cientos de mujeres ociosas, me sentía como el último hombre de la tierra. Un poco desasosegante, la verdad. Tampoco me hacía gracia que les pudiera molestar mi presencia, pero como no parecían hacerme ningún caso me di un paseo como quien se mete por error en la ciudad prohibida y aprovecha para darse una vueltecita haciéndose el longuis, y hasta me atreví a sacar un par de fotos para vuestra satisfacción antes de salir por patas, no fuera a terminar como el bueno de Orfeo.
7 Comments:
Vaya, esto me recuerda a las famosas ficciones del apetito y sus intepretaciones freudianas..., que no es la primera vez que te encuentras solo ante las peligrosas
2:19 AM
Día de la mujel tlabajadola celeblado con letlaso. No creo que corrieras peligro (a no ser que se te hubiera ocurrido regalarles unas fregonas vileda, objeto de consumo muy conocido y codiciado en China).
8:07 AM
PArece que las tias esas no eran chinas, mas bien parecian Indias, o asi. No tendrian que haberte dicho nada. Vas a tener que empezar a ir los sabados A HK a por comics!!!.
4:56 PM
bien, bien, esto interesa.
Mi ordenador se ha convertido en una especie de escaparate de china.
A mí tambien me cuesta despegar la nariz.
5:44 PM
tata palece un poco patelnalista
9:52 PM
Tu no fuiste a Hong Kong a por comics...
10:28 PM
Letilo lo dicho. Dia de mujel tlabajadola no coincidil con ocho malzo en China. Pol otla palte, chinitas no ofendelse como eulopeas si tú legalal viledas, pelo aplecial más flascos de mistel Plopel.
1:52 AM
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