Primer baño
Ayer estuve en Hong Kong sólo para descubrir que las tiendas de cómics tampoco abren en sábado (estoy planteándome seriamente hacerme librero en esta ciudad). Bueno, lo cierto es que no fui sólo para esto.
El jueves hicimos una fiesta de despedida para uno de los arquitectos franceses que ha tenido que volverse por motivos personales. Me dio bastante pena porque compartimos la afición por los tebeos y nos habíamos hecho bastante amigos. Espero que, en cuanto pueda, termine ese estupendo cómic autobiográfico sobre su estancia en Shenzhen.
El hecho es que, hablando de las ganas que tenía yo de darme mi primer baño en aguas del pacífico, mi amigo me dijo que conocía una playa de arena fina, aguas cristalinas y muy poco frecuentada cerca de un pueblo llamado Cheung Sha, al sur de la isla de Lantau (Hong Kong). Seducido por su descripción le pedí que me hiciera un croquis sobre cómo llegar, y dos días después me planté en HK para A, comprar cómics, y B, visitar aquel paradisíaco paraje y darme el primer baño del año en un océano nuevo. Cosa rara, las cosas no salieron como esperaba.
Alguno me ha preguntado porqué viajo sólo. Depende de con quién, puede estar muy bien viajar acompañado, pero la soledad siempre me ha parecido un mal menor en comparación con la mala compañía. Por otro lado tampoco es me fácil coincidir con la gente que conozco. A pesar de la impresión que al parecer os estoy dando, muchos trabajan sin parar, fines de semana inclusive, y otros simplemente tienen otros intereses. También los hay que se dedican a intentar reproducir la vida que llevarían en sus países de origen y que apenas se aventuran fuera de su barrio o urbanización si no es para salir con otros guiris. Sus conversaciones giran invariablemente entorno a cuánto añoran tal o cual comida o lo horrible que es todo en China. Comprendo esta actitud y no descarto acabar convirtiéndome en uno de ellos porque me consta que Shenzhen quema, como es natural en una ciudad de estas características, y más aun con la distancia física y cultural que nos separa de nuestros hogares. Por fortuna, ahora mismo veo las cosas de forma muy distinta y, en comparación con estos últimos, soy el mismísimo Allan Quatermain redivivo.
El ferry salía de uno de los muelles de delante del Two Internacional Finance Centre, el rascacielos más alto de Hong Kong. Me sorprendió que, la contrario de lo que me habían explicado, hubiera un ferry que llevaba directamente al pueblo junto al que estaba la playa. Me encogí de hombros y compré el ticket para el siguiente barco. El trayecto duró unos tres cuartos de hora en los que no paré de dar vueltas por la cubierta trasera sacando fotos de los Kais (unas pequeñas embarcaciones con forma de babucha, muy típicas aquí), los buques de guerra, los cargueros y las enormes gabarras que descargan los containers de los mismos con sus grúas, los ferrys propulsados a reacción que prácticamente vuelan sobre el agua…
Cuando llegamos a puerto me pareció que aquel lugar era demasiado pequeño para tratarse de Lantau, y un cartel turístico confirmó mis sospechas: me había equivocado de isla. El pueblo al que quería ir era Cheung Sha y había ido a parar a Cheung Chau, una de las llamadas “islas exteriores”. Como ya no había nada que hacer decidí darme una vuelta por la isla y de paso ver si había algún lugar donde pudiera hacer buen uso del bañador y la toalla. El puerto estaba lleno de restaurantes en cuyas terrazas los turistas daban cuenta de platos de pescado y de marisco que no probé porque ya estaba comido, de modo que me intenté perder por las angostas callejuelas del pueblo. Las casas eran pequeñas, dos o tres pisos a lo sumo, y, por lo general, estaban a un paso de ser auténticas chabolas.Las calles estaban muy limpias, un detalle que no se te escapa si vienes de Shenzhen, y no tardé en darme cuenta de que no había ni un solo vehículo motorizado en tierra. Tardé muy poco en recorrer el pueblo y me pasé unas dos horas explorando la isla de punta a punta. No encontre más playa que una estrecha franja de arena llena de tablones junto al puerto. Llegué a la conclusión de que Cheung Chau era un sitio agradable donde no había mucho que ver, a pesar de las maravillas anunciadas por las flechas y los carteles. Los “templos” budistas no eran más que pequeñas capillas de cemento, las “cuevas” no eran más que pequeñas oquedades con apenas más de dos metros de profundidad, y la “roca que yace” no era más que una peña insignificante. Quienquiera que se haga cargo de la promoción turística de la isla está hecho un auténtico Quijote.
Faltaba poco para que empezara a anochecer y yo estaba a punto de abandonar mi segundo objetivo, pero todavía quedaba un último sendero por explorar antes de tomar el kai de regreso al puerto en el otro extremo de la isla. Pasé justo a unas chabolas con los techos cubiertos de gambas secándose al sol, me metí en un bosque y pasé junto a un estanque arriesgandome a que los mosquitos me pegaran la fiebre del dengue o la encefalitis japonesa, y llegué a una pequeña cala desierta que no había sido seññalada por el promotor turístico cervantino. A lo mejor los carteles no tenían otro fin que distraer la atención de los turistas y mantener la playa a salvo de la masificación. El agua estaba cristalina y a temperatura idónea (un poco más caliente y ya no estaría buena, aittitta) y la arena no era fina sino algo gruesa, como a mí me gusta. Estando yo en el agua apareció un tipo con traje negro que empezó a andar hacia mi mochila (donde tenía la cámara, el dinero y el pasaporte), así que salí corriendo a proteger mi propiedad. El hombre pasó de largo y se subió por las peñas hasta perderse de vista y yo salté al agua a chapotear un rato más.
Cogí el Kai hasta el puerto y de ahí, ya de noche, salí en ferry hacia Kowloon. Al llegar, me senté en el muelle para contemplar los rascacielos iluminados de Hong Kong reflejándose en las negras aguas de la bahía.
El jueves hicimos una fiesta de despedida para uno de los arquitectos franceses que ha tenido que volverse por motivos personales. Me dio bastante pena porque compartimos la afición por los tebeos y nos habíamos hecho bastante amigos. Espero que, en cuanto pueda, termine ese estupendo cómic autobiográfico sobre su estancia en Shenzhen.
El hecho es que, hablando de las ganas que tenía yo de darme mi primer baño en aguas del pacífico, mi amigo me dijo que conocía una playa de arena fina, aguas cristalinas y muy poco frecuentada cerca de un pueblo llamado Cheung Sha, al sur de la isla de Lantau (Hong Kong). Seducido por su descripción le pedí que me hiciera un croquis sobre cómo llegar, y dos días después me planté en HK para A, comprar cómics, y B, visitar aquel paradisíaco paraje y darme el primer baño del año en un océano nuevo. Cosa rara, las cosas no salieron como esperaba.
Alguno me ha preguntado porqué viajo sólo. Depende de con quién, puede estar muy bien viajar acompañado, pero la soledad siempre me ha parecido un mal menor en comparación con la mala compañía. Por otro lado tampoco es me fácil coincidir con la gente que conozco. A pesar de la impresión que al parecer os estoy dando, muchos trabajan sin parar, fines de semana inclusive, y otros simplemente tienen otros intereses. También los hay que se dedican a intentar reproducir la vida que llevarían en sus países de origen y que apenas se aventuran fuera de su barrio o urbanización si no es para salir con otros guiris. Sus conversaciones giran invariablemente entorno a cuánto añoran tal o cual comida o lo horrible que es todo en China. Comprendo esta actitud y no descarto acabar convirtiéndome en uno de ellos porque me consta que Shenzhen quema, como es natural en una ciudad de estas características, y más aun con la distancia física y cultural que nos separa de nuestros hogares. Por fortuna, ahora mismo veo las cosas de forma muy distinta y, en comparación con estos últimos, soy el mismísimo Allan Quatermain redivivo.
El ferry salía de uno de los muelles de delante del Two Internacional Finance Centre, el rascacielos más alto de Hong Kong. Me sorprendió que, la contrario de lo que me habían explicado, hubiera un ferry que llevaba directamente al pueblo junto al que estaba la playa. Me encogí de hombros y compré el ticket para el siguiente barco. El trayecto duró unos tres cuartos de hora en los que no paré de dar vueltas por la cubierta trasera sacando fotos de los Kais (unas pequeñas embarcaciones con forma de babucha, muy típicas aquí), los buques de guerra, los cargueros y las enormes gabarras que descargan los containers de los mismos con sus grúas, los ferrys propulsados a reacción que prácticamente vuelan sobre el agua…
Cuando llegamos a puerto me pareció que aquel lugar era demasiado pequeño para tratarse de Lantau, y un cartel turístico confirmó mis sospechas: me había equivocado de isla. El pueblo al que quería ir era Cheung Sha y había ido a parar a Cheung Chau, una de las llamadas “islas exteriores”. Como ya no había nada que hacer decidí darme una vuelta por la isla y de paso ver si había algún lugar donde pudiera hacer buen uso del bañador y la toalla. El puerto estaba lleno de restaurantes en cuyas terrazas los turistas daban cuenta de platos de pescado y de marisco que no probé porque ya estaba comido, de modo que me intenté perder por las angostas callejuelas del pueblo. Las casas eran pequeñas, dos o tres pisos a lo sumo, y, por lo general, estaban a un paso de ser auténticas chabolas.Las calles estaban muy limpias, un detalle que no se te escapa si vienes de Shenzhen, y no tardé en darme cuenta de que no había ni un solo vehículo motorizado en tierra. Tardé muy poco en recorrer el pueblo y me pasé unas dos horas explorando la isla de punta a punta. No encontre más playa que una estrecha franja de arena llena de tablones junto al puerto. Llegué a la conclusión de que Cheung Chau era un sitio agradable donde no había mucho que ver, a pesar de las maravillas anunciadas por las flechas y los carteles. Los “templos” budistas no eran más que pequeñas capillas de cemento, las “cuevas” no eran más que pequeñas oquedades con apenas más de dos metros de profundidad, y la “roca que yace” no era más que una peña insignificante. Quienquiera que se haga cargo de la promoción turística de la isla está hecho un auténtico Quijote.
Faltaba poco para que empezara a anochecer y yo estaba a punto de abandonar mi segundo objetivo, pero todavía quedaba un último sendero por explorar antes de tomar el kai de regreso al puerto en el otro extremo de la isla. Pasé justo a unas chabolas con los techos cubiertos de gambas secándose al sol, me metí en un bosque y pasé junto a un estanque arriesgandome a que los mosquitos me pegaran la fiebre del dengue o la encefalitis japonesa, y llegué a una pequeña cala desierta que no había sido seññalada por el promotor turístico cervantino. A lo mejor los carteles no tenían otro fin que distraer la atención de los turistas y mantener la playa a salvo de la masificación. El agua estaba cristalina y a temperatura idónea (un poco más caliente y ya no estaría buena, aittitta) y la arena no era fina sino algo gruesa, como a mí me gusta. Estando yo en el agua apareció un tipo con traje negro que empezó a andar hacia mi mochila (donde tenía la cámara, el dinero y el pasaporte), así que salí corriendo a proteger mi propiedad. El hombre pasó de largo y se subió por las peñas hasta perderse de vista y yo salté al agua a chapotear un rato más.
Cogí el Kai hasta el puerto y de ahí, ya de noche, salí en ferry hacia Kowloon. Al llegar, me senté en el muelle para contemplar los rascacielos iluminados de Hong Kong reflejándose en las negras aguas de la bahía.
4 Comments:
Qué cabroncete. Qué bien observas y describes. Hazte novelista, no librero.
5:18 PM
hay que aplendel a nadal y gualdal la lopa o si no volvel a casa en pelota sin pasapolte ni camala ni txines
6:01 PM
Ha Habido un momento en que no se podia poner comentarios. Ya era hora de verta la cara, y ademas lavado. Me encanta la fotografia de Hong Kong, tiene que ser algo digno de ver en persona.
12:11 AM
Lo más asombroso de tu excursión es que encontraras una playa casi desierta en un país superpoblado.
De no ser por el sujeto que levantó sospechas de poder beneficiarse tu mochila, se diría que podía sobrarte hasta el bañador. No obstante, toma precauciones: una playa desierta puede estarlo por muchas razones: aguas radioactivas, tiburones, medusas, piratas emboscados, etc. Procura no nadar solo. Es un consejo de seguridad de UNO.
2:25 AM
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