Diario de un aventurero en chinataun taun taun.

Tuesday, January 15, 2008

Por qué no he escrito

Al humilde autor de estas líneas nunca se le ha dado bien hacer más de una cosa al mismo tiempo, y, aún cuando dedica toda su atención a una cosa, admite no ser demasiado prolífico. Hace las cosas despacio, y casi nunca renuncia a ninguno de sus placeres cotidianos (siesta, paseito, lectura, dvd, interneeet…). Si se encuentra con una hora muerta, o si tiene problemas para dormir (cosa que por fortuna no ocurre más de cinco o seis veces al año), ponerse al día con las tareas pendientes es lo último se le pasa por la cabeza.
Éste es el principal motivo por el que no os he escrito antes. También es el que más me cuesta admitir, puede que a eso se deba la chorrada de hablar de mi mismo en tercera persona, y una vez dejado eso a un lado, os confesaré mis otros motivos.
En primer lugar, la visita de mi madre y su amiga Bego supuso un desgaste semejante al que os manifesté cuando los amigos de Bilbao pasaron por aquí. Vale que sólo un día después de que se fueran (día 5 de enero) tenía a veinte personas en casa celebrando el año nuevo por segunda vez, pero eso tiene su explicación y la daré más adelante. El hecho es que he comprobado que trece días de convivencia continuada y de intentar ver y hacer tanto como sea posible, me dejan agotado y apático. Peor es para las visitas, que apenas tienen tiempo para recuperarse del jet-lag, y peor aún fue desde luego para Bego, que tuvo que pasar una noche en Frankfurt porque su vuelo se retrasó al salir de Madrid y se perdió el trasbordo.
A pesar de todo, la paliza merece la pena. Para mí fue un placer tenerlas aquí y creo que ellas también lo pasaron bien.

Bego, Arene y Martín en Macao

Celebramos la nochebuena en Macao, que es lo más navideño que se puede hacer por aquí; pasamos un fin de semana en Yangshuo (provincia de Guangxi) contemplando el paisaje kárstico más extravagante del mundo; recibimos el año nuevo con bastante confusión en Guangzhou; cenamos con mis amigos e hicimos compras y más compras en Shenzhen; y, por último, nos dejamos llevar por la vorágine de Hong Kong.

Montañas de Yangshuo

En nochevieja, después de dar un paseo por el río de la perla que nos dejó literalmente helados (en Guangzhou, como en Shenzhen, no suele hacer mucho frío, pero la humedad hace que uno se sienta como en Burgos o Vitoria en cuanto el termómetro baja de los 15º), cenamos en un tailandés que no era muy allá y nos metimos en el bar de un hotel de lujo para celebrar el fin de año. Corrieron los cócteles y todos guardamos silencio cuando parecía que la cuenta atrás iba a empezar en el especial de nochevieja hongkonés de la televisión. Fue en ese momento que la megafonía se fue al garete y nos quedamos con cara de no saber en qué año vivíamos. Cuando ya parecía claro que habíamos entrado en el 2008, empecé a llamar a los amigos. Me consoló comprobar que ninguno de ellos la estaba liando demasiado, aunque me dio pena saber que Marc estaba todo solo en su casa nueva de las afueras de Shenzhen, sin muebles, sin DVD y sin Playstation, así que le prometí que celebraríamos una nochevieja como dios manda el sábado siguiente.
Por lo tanto, puede decirse que fue la piedad lo que me llevó a celebrar tamaño fiestón el día después de que se fuera mi madre.

Sin comentarios

La primera semana de enero ha sido también la última semana de clase del semestre (ahora estamos de exámenes hasta el 25, que nos dan las vacas del año nuevo chino) así que los profes hemos andado algo liados. El jueves tuvimos una cena de fin de semestre en la que por fin comí serpiente, entre otras curiosidades como lenguas de pato, carne de tortuga, y medusa. La serpiente sabe a pescado ahumado, aunque puede que lo del ahumado se lo diera la forma en que la cocinaron. También nos pusieron unos rollitos de piel de serpiente que me gustaron más que la serpiente en sí.
Que yo sepa, nadie más de los que asistieron a esa cena ha enfermado, así que lo más seguro es que no tenga nada que ver, pero recuerdo que empecé a sentirme mal esa misma noche. Al día siguiente tenía casi 39º de fiebre y el sábado, aunque la fiebre me había bajado, empecé a notar cierta irritación en la garganta. El domingo volvió la fiebre y encima noté que me habían salido dos bultos en el cuello, a los lados de la garganta.
Después de darle el primer susto del año a mi pobre madre, llamé al los del seguro internacional que contratamos cuando vine a China, y cuyos servicios no había requerido hasta el momento. Éstos me pusieron en contacto con un “corresponsal” de una organización llamada Global Doctor, que tomó nota de mis síntomas y me dijo que un médico vendría a visitarme en breve.
Unas dos horas más tarde, la doctora Marina Ciao vino a casa. Tras examinarme, me diagnosticó una amigdalitis aguda (que bien podía deberse a algo que hubiera comido), y descartó la mononucleosis, el cáncer, la gripe aviar, el SARS, y la peste bubónica, que son las enfermedades entre las que yo dudaba (si alguna vez tenéis algo que no sabéis lo que es, evitad los autodiagnósticos vía internet). El poco más de cuarto de hora que pasamos juntos me bastó para concluir que Marina Ciao es la doctora más guapa, inteligente y simpática que haya visto en ficción o realidad, y, digáis lo que digáis, el síndrome de Estocolmo no tiene nada que ver. Siguiendo su tratamiento (dos cápsulas de amoxicilina, una de paracetamol y cinco cápsulas de una medicina tradicional china con forma de guisante tres veces al día) la fiebre ha desaparecido y mis amígdalas han vuelto a ser las que eran.
Gracias doctora, ya puedo volver a escribir.
Ah, y feliz 2008 (otra vez)