Diario de un aventurero en chinataun taun taun.

Thursday, April 27, 2006

Vaca-ciones

Obviamente, en China no se celebra la semana santa, pero por fortuna contamos con un sucedáneo por el día del trabajador, que aquí se celebra con siete días festivos, aunque a veces se hace trampa y hay que meter horas extra los fines de semana para compensar. Los alumnos aprovechan estos días para repasar las materias y preparar los exámenes, mientras que los profesores nos vamos de viaje. Yo me voy mañana a Tailandia con unos amigos franceses. El plan es pasar el fin de semana en Bangkok e ir el lunes a Camboya (en bus hasta la frontera, y en pick up o camioneta a partir de ahí) para visitar los templos de Angkor. Todavía no hemos decidido si ir a una granja-campo de tiro a disparar con kalasnijkovs y bazookas contra vacas indefensas. Estaré de vuelta el viernes 5 para contároslo.

Friday, April 21, 2006

Shenzhen Museum

El lunes pasado, una compañera china se me acercó para decirme que las profesoras japonesas me vieron el día anterior en el Shenzhen Museum, y preguntarme qué me había parecido. “Muy interesante” respondí, pero no debí de resultar muy convincente porque ella me respondió “¡sí, ya!”, riendo como si me estuviera quedando con ella. Mi falta de convicción no se debía a que pensara lo contrario, sino a que no sabía qué pensar, y todavía, una semana después, me temo que no he superado mi desconcierto.
El museo se encuentra en un edificio de ladrillo bastante anodino, junto a una pequeña plaza repleta de dragones y leones de piedra entre los que destaca un broncíneo Hércules soviético que empuja y separa las paredes del cuadrado que lo aprisiona. Tras pagar un euro por la entrada y pasar junto al grupo de funcionarios aburridos que velan la entrada en compañía de dos fieros dragones dorados, el visitante debe subir en ascensor hasta el cuarto piso para realizar el recorrido en orden cronológico, empezando por el ala de historia antigua.
La “historia antigua” abarca el periodo entre la primera guerra del opio (1840) hasta la proclamación de la república popular en 1949, prestando especial atención a los acontecimientos acaecidos en el delta del Río de las Perlas, que se recuerdan a través de paneles explicativos, un par de estatuas, algunos estandartes y armas de la época (machetes, fusiles, ametralladoras…), y fotocopias de fotografías antiguas que lo mismo retratan a un grupo de milicianos anti-japoneses, que muestran una choza o un paisaje que no parecen aportar demasiado a la narración. El recorrido concluye en un panel que explica que, a pesar de las sucesivas derrotas y gobiernos corruptos, también hubo heroicos personajes e iniciativas que impidieron que el país se desintegrara antes de la providencial llegada al poder del presidente Mao y el Partido Comunista.
La segunda y la tercera planta recuerdan la historia de Shenzhen a través de paneles, fotografías, videos de las visitas del presidente Deng, y una variopinta exposición de objetos que uno jamás hubiera esperado ver expuestos en la vitrina de un museo. El visitante puede ver cómo es una casa corriente en Shenzhen (con su cama, sus armarios, su tele, sus mesas, sus sillas, su cocina…), comprobar la cantidad de cosas que se han fabricado en la ciudad (pilas, teclados de ordenador, juguetes, CDs, microchips…), extrañarse ante un par de buzos de leotardo de factura casera expuestos junto a otros equipajes deportivos más convencionales, o admirar los regalos donados a la ciudad por todo tipo de representantes y delegados de otros países y ciudades, como una reproducción en miniatura del metro de Taiwan, una carta del alcalde de San Francisco, o una geoda adornada con un velero plateado entregada por un agregado kuwaití. La reproducción del despacho de la suite ocupada por el presidente Deng en su última visita, y la maqueta a escala de la ciudad también merecen especial atención. Conclusión: el milagro de convertir un pueblo de pescadores en una gran urbe industrial y de negocios, capaz de medirse con las vecinas Guangzhou y Hong Kong, ha sido posible gracias al esfuerzo y el entusiasmo de los habitantes, así como al liderazgo del presidente Deng Xiaoping y el Partido Comunista.
En la primera planta hay dos alas dedicadas a la historia natural que también pasarían como homenaje a la taxidermia. En el ala de los animales terrestres, hay mamiferos, aves y reptiles disecados de todo tipo y condición. Sin embargo, sobre todo en los primates, se aprecia que el artista le ponía más ganas que maña a su trabajo, a juzgar por lo desfigurados que están muchos de los animales y lo poco natural de sus poses. El ala de los animales marinos huele peor y resulta más inquietante si cabe. Muchos de ejemplares están francamente deteriorados o cubiertos de polvo y los ojos postizos les sobresalen demasiado de las cuencas confiriéndoles un aspecto aterrador, porque ya no parecen peces sino otra cosa… ¡peces zombi! Y por si esto no fuera suficiente, el ala concluye en una sala iluminada con una bola de espejos en cuyo centro hay un falso arrecife de coral sobre el que descansa la que debe ser la mayor acumulación de peces globo disecados del planeta. Aquí ya no hay conclusión ni referencias al Partido Comunista, así que, por esta vez, podéis mirar las fotos y formaros vuestra propia opinión.
Marrajo no muerto.

Más tibus zombi

Equipaje deportivo.

Presentes de los amigos de Shenzhen.

Todo "made in Shenzhen"

Casa típica de Shenzhen.

Monday, April 10, 2006

Primer baño II

Por fin he conseguido subir un par de fotos más para que os hagáis una idea de cómo fue la excursión de la que os hablo en el post anterior.
Ferry a reacción

Puerto de Cheung Chau

Interior de un "templo" budista
Vista de Cheung Chau desde la colina.

Un hombre nuevo

De regreso a Hong Kong

Sunday, April 09, 2006

Primer baño

Ayer estuve en Hong Kong sólo para descubrir que las tiendas de cómics tampoco abren en sábado (estoy planteándome seriamente hacerme librero en esta ciudad). Bueno, lo cierto es que no fui sólo para esto.
El jueves hicimos una fiesta de despedida para uno de los arquitectos franceses que ha tenido que volverse por motivos personales. Me dio bastante pena porque compartimos la afición por los tebeos y nos habíamos hecho bastante amigos. Espero que, en cuanto pueda, termine ese estupendo cómic autobiográfico sobre su estancia en Shenzhen.
El hecho es que, hablando de las ganas que tenía yo de darme mi primer baño en aguas del pacífico, mi amigo me dijo que conocía una playa de arena fina, aguas cristalinas y muy poco frecuentada cerca de un pueblo llamado Cheung Sha, al sur de la isla de Lantau (Hong Kong). Seducido por su descripción le pedí que me hiciera un croquis sobre cómo llegar, y dos días después me planté en HK para A, comprar cómics, y B, visitar aquel paradisíaco paraje y darme el primer baño del año en un océano nuevo. Cosa rara, las cosas no salieron como esperaba.
Alguno me ha preguntado porqué viajo sólo. Depende de con quién, puede estar muy bien viajar acompañado, pero la soledad siempre me ha parecido un mal menor en comparación con la mala compañía. Por otro lado tampoco es me fácil coincidir con la gente que conozco. A pesar de la impresión que al parecer os estoy dando, muchos trabajan sin parar, fines de semana inclusive, y otros simplemente tienen otros intereses. También los hay que se dedican a intentar reproducir la vida que llevarían en sus países de origen y que apenas se aventuran fuera de su barrio o urbanización si no es para salir con otros guiris. Sus conversaciones giran invariablemente entorno a cuánto añoran tal o cual comida o lo horrible que es todo en China. Comprendo esta actitud y no descarto acabar convirtiéndome en uno de ellos porque me consta que Shenzhen quema, como es natural en una ciudad de estas características, y más aun con la distancia física y cultural que nos separa de nuestros hogares. Por fortuna, ahora mismo veo las cosas de forma muy distinta y, en comparación con estos últimos, soy el mismísimo Allan Quatermain redivivo.
El ferry salía de uno de los muelles de delante del Two Internacional Finance Centre, el rascacielos más alto de Hong Kong. Me sorprendió que, la contrario de lo que me habían explicado, hubiera un ferry que llevaba directamente al pueblo junto al que estaba la playa. Me encogí de hombros y compré el ticket para el siguiente barco. El trayecto duró unos tres cuartos de hora en los que no paré de dar vueltas por la cubierta trasera sacando fotos de los Kais (unas pequeñas embarcaciones con forma de babucha, muy típicas aquí), los buques de guerra, los cargueros y las enormes gabarras que descargan los containers de los mismos con sus grúas, los ferrys propulsados a reacción que prácticamente vuelan sobre el agua…
Cuando llegamos a puerto me pareció que aquel lugar era demasiado pequeño para tratarse de Lantau, y un cartel turístico confirmó mis sospechas: me había equivocado de isla. El pueblo al que quería ir era Cheung Sha y había ido a parar a Cheung Chau, una de las llamadas “islas exteriores”. Como ya no había nada que hacer decidí darme una vuelta por la isla y de paso ver si había algún lugar donde pudiera hacer buen uso del bañador y la toalla. El puerto estaba lleno de restaurantes en cuyas terrazas los turistas daban cuenta de platos de pescado y de marisco que no probé porque ya estaba comido, de modo que me intenté perder por las angostas callejuelas del pueblo. Las casas eran pequeñas, dos o tres pisos a lo sumo, y, por lo general, estaban a un paso de ser auténticas chabolas.Las calles estaban muy limpias, un detalle que no se te escapa si vienes de Shenzhen, y no tardé en darme cuenta de que no había ni un solo vehículo motorizado en tierra. Tardé muy poco en recorrer el pueblo y me pasé unas dos horas explorando la isla de punta a punta. No encontre más playa que una estrecha franja de arena llena de tablones junto al puerto. Llegué a la conclusión de que Cheung Chau era un sitio agradable donde no había mucho que ver, a pesar de las maravillas anunciadas por las flechas y los carteles. Los “templos” budistas no eran más que pequeñas capillas de cemento, las “cuevas” no eran más que pequeñas oquedades con apenas más de dos metros de profundidad, y la “roca que yace” no era más que una peña insignificante. Quienquiera que se haga cargo de la promoción turística de la isla está hecho un auténtico Quijote.
Faltaba poco para que empezara a anochecer y yo estaba a punto de abandonar mi segundo objetivo, pero todavía quedaba un último sendero por explorar antes de tomar el kai de regreso al puerto en el otro extremo de la isla. Pasé justo a unas chabolas con los techos cubiertos de gambas secándose al sol, me metí en un bosque y pasé junto a un estanque arriesgandome a que los mosquitos me pegaran la fiebre del dengue o la encefalitis japonesa, y llegué a una pequeña cala desierta que no había sido seññalada por el promotor turístico cervantino. A lo mejor los carteles no tenían otro fin que distraer la atención de los turistas y mantener la playa a salvo de la masificación. El agua estaba cristalina y a temperatura idónea (un poco más caliente y ya no estaría buena, aittitta) y la arena no era fina sino algo gruesa, como a mí me gusta. Estando yo en el agua apareció un tipo con traje negro que empezó a andar hacia mi mochila (donde tenía la cámara, el dinero y el pasaporte), así que salí corriendo a proteger mi propiedad. El hombre pasó de largo y se subió por las peñas hasta perderse de vista y yo salté al agua a chapotear un rato más.
Cogí el Kai hasta el puerto y de ahí, ya de noche, salí en ferry hacia Kowloon. Al llegar, me senté en el muelle para contemplar los rascacielos iluminados de Hong Kong reflejándose en las negras aguas de la bahía.

Monday, April 03, 2006

Cultivando activos para el mundo del mañana



“En la vida todo es posible siempre que el hombre tenga asiduidad”. ¿Asiduidad a qué, al trabajo, al estudio, a las drogas? Yo también me lo pregunto cada vez que me paso frente al póster que exhibe esta frase tan crípticamente traducida al español en el pasillo al que da mi aula. El aula está decorada con un mapa de la península ibérica, un poster de Raul con la camiseta de la selección y otro de no se qué jugador de la NBA. Como todas las demás, el aula cuenta con un ordenador, un proyector y una pantalla que se despliega automáticamente cuando aprietas un botón, cosa que a mí me viene muy bien para utilizar videos y presentaciones en Power Point, y a los alumnos también porque así pueden poner música y videoclips cuando los profesores están ausentes.
El Qu waiyu xue xiao, o Shenzhen Foreign Language School, es uno de los tres colegios de mayor renombre en la ciudad y el equipamiento no desmerece de su fama.
En el campus donde vivo tenemos unos 1400 alumnos de entre once y catorce años, y en el “senior” , donde doy dos clases a la semana, hay otros 2500 de entre quince y dieciocho. También hay un tercer campus del que conozco tanto como vosotros. Tendréis que mandar al consejero Tontxu en visita oficial para que le informen mejor que a un servidor. O mejor no, que luego llegan a un acuerdo con la consejería de educación y me quitan la plaza para dársela a un becario de la UPV, que es lo que le pasó a mi predecesora cuando tuvo que dejar la universidad de Shenzhen cuando llegaron a un acuerdo con la Agencia Española de Cooperación Internacional. La escuela es pública, pero el concepto de lo público aquí no debe tener mucho que ver con lo que nosotros conocemos puesto que sólo las familias ricas se pueden permitir mandar a sus hijos a esta escuela.
Os tenía dicho que el uniforme de los alumnos es un chándal azul y blanco, pero por aquel entonces desconocía que el modelo es común a todas las escuelas de la ciudad y pensaba que teníamos por lo menos medio millón de alumnos a juzgar por la cantidad de chavales uniformados que veía por la calle.
Como debe ser norma en China, en las paredes hay bastantes citas y consignas que instan a alumnos y profesores a amar a su país y a trabajar duro, o que recuerdan la función y los fines de la educación. ¿Formar a individuos cultivados y con sentido crítico para afrontar los desafíos de la vida? No exactamente, la cosa va más por “cultivar activos para el mundo del mañana” o “amar nuestro país y perseguir el conocimiento”. “La educación debe solventar las necesidades de las modernizaciones, del mundo y del futuro”, Deng Xiaoping dixit.
Esto último, sumado a los marciales desfiles matutinos me hizo temer que los alumnos pudieran ser como robots, carentes de otro objetivo que estudiar para llegar a ser útiles para la masa.
Por lo general, y en comparación con España, es cierto que son empollones, tímidos y algo ingenuos, pero basta hablar un poco con cualquiera de ellos para darse cuenta de que son chavales corrientes y molientes, con intereses tan poco funcionales como el baloncesto, las novelas de misterio, la música, el cine de terror, o los tebeos. Algunos dan muestras de tener muchas ganas de conocer otros países y a otros no parece importarles lo más mínimo. No sé de ninguno que sea como para echar de clase, pero los hay impertinentes y graciosillos. También hay unos cuantos artistas, como los que hicieron los estupendos carteles para el mercadillo de la escuela.
También les vuelve locos el ramen, así como los dibujos animados y los mangas japoneses, cosa que contrasta con el odio que manifiestan hacia Japón por la invasión nipona padecida por China en la Segunda Guerra Mundial. Esto horroriza y desconcierta a los profesores guiris. Yo comparto su pena, pero me temo que el fenómeno no me es desconocido.