Diario de un aventurero en chinataun taun taun.

Friday, February 29, 2008

Inciso

Lo siento, pero esta semana no hay entrega japonesa. He andado algo liado y al final no me ha dado tiempo. Lo que me ha tenido ocupado ha sido dibujar para la página de un amigo, www.shenzhenbuzz.com, que va a ser una especie de guía de actividades y servicios en la ciudad. A diferencia de lo que pasa en casa, aquí los amigos te pagan por esta clase de servicios, y estoy bastante animado con mi primera experiencia como dibujante profesional, por muy discreta que sea. Para mí es casi como perder la virginidad.

El encargo ha consistido en diseñar la mascota de la página, Buzz Shenzhen, y su compañero durante el año de la rata, Shoozi, y en realizar una serie de dibujos y emoticonos para la página.

Os adjunto lo realizado hasta el momento, y prometo ponerme manos a la obra con lo de Japón pronto, muy pronto.


"Emoticonos"

Buzz y Shoozi en el metro


Buzz y Shoozi de "relaxing"

Sunday, February 17, 2008

Japón 1: Osaka y la higiene íntima de los japoneses

Debido a la serie de catastróficas desdichas descritas en la entrega anterior, llegamos al centro de Osaka prácticamente a medianoche, demasiado tarde para alojarnos en el albergue juvenil donde había hecho las reservas. Visto que ni siquiera se dignaban a abrirnos la puerta, nos pusimos a preguntar por el barrio, a ver si alguien nos sabía decir dónde podíamos encontrar un hotel de precio razonable. Sin haber dado muchas vueltas, tuvimos la suerte de entrar en el restaurante Chirimen, local pequeño y acogedor regentado por Hitoshi Kono, un admirador de Patrice Leconte con el que hicimos buenas migas a pesar de su nulo conocimiento del inglés, así como de nuestro aún mayor desconocimiento de la cinematografía del auteur francés. Hitoshi llamó por teléfono para hacernos una reserva en un hotel cercano, nos dibujó un plano detalladísimo de cómo llegar, y se resistió a que pagáramos el sake caliente que habíamos pedido por compromiso. Hitoshi nos regaló un cenicero a cada uno, y nos acompañó hasta la puerta del local para despedirse de nosotros agitando la mano.

Abrumados por semejante despliegue de hospitalidad, llegamos al hotel Yoshinoya (que me da que pertenece a una franquicia tipo Formula 1) sin dificultad. La habitación era pequeña, pero no le faltaban ni los kimonos, y cuando abrimos la puerta del baño vimos algo que nos colmó de asombro y admiración:


Supongo que los japoneses son demasiado pudorosos para jactarse del refinamiento y la sofisticación de sus instalaciones sanitarias. Menos explicación tiene que los gaijines (“gaijin” es “guiri” en japonés) que me habían hablado de sus experiencias en este país hubieran omitido este importante aspecto mientras alababan cosas como impecabilidad de las calles, la exquisitez de los modales o la sin par eficacia de los transportes. A lo mejor pretendían que la sorpresa fuera mayor, pero me parece un error no divulgar estos prodigios por el bien de la humanidad.

El primero del que quiero hacer mención es la taza del váter del hotel Yoshinoya. Como podéis observar en la fotografía, la instalación está equipada con unos controles que permiten regular diversas funciones, tales como la concentración o la potencia del chorro de agua para limpiarse allá donde la espalda pierde su nombre (para evitar un choque cultural demasiado abrupto, recomiendo regular la presión muy, muy por debajo de la media potencia). Sin embargo, lo que más me sedujo del invento fue la calefacción del asiento. ¡Cuánto más liviano hubiera sido este invierno en China de haber contado con esta sublime invención!

No menos brillante, y bastante más ecológica, me pareció la idea de añadir un pequeño lavabo encima del depósito de agua. De esta manera, podemos limpiarnos las manos con la misma agua que luego llena el depósito. ¿No es genial?

Se ve que le dan una gran importancia al ahorro de agua, porque me han comentado que en los lavabos de señoras hay un botón que al presionarlo hace que se oiga un ruido de olas rompiendo en el mar. La finalidad del invento es evitar que las mujeres echen la bomba para ocultar el ruido que hacen al orinar. Estoy escandalizado. ¿Podría decirme alguien si esta costumbre tan irresponsable también se practica en España?

Hasta el mismo soporte del papel higiénico está bien pensado. ¡La de veces que habré enojado a mi madre por no cambiar el rollo por la pereza y la amargura que me inspira ese absurdo resorte cilíndrico que utilizamos en España! Estoy seguro de que en Japón nunca hubiera tenido este problema gracias al sencillo a la par que admirable ingenio que os describo en el croquis de abajo.



Lo siento amigos, pero si pensabais que España es un país desarrollado no podíais estar mas equivocados.

Al día siguiente madrugamos para poner rumbo a Kyoto, donde saqué fotos más bonitas, no os preocupéis.

Wednesday, February 13, 2008

Un viaje accidentado

Acabo de leer un cuento de Roald Dahl, que traducido se titularía algo así como El camino al cielo (The Way Up to Heaven), que trata de una mujer a la que le aterroriza la idea de llegar tarde al tren, al avión, o al comienzo de una obra de teatro. Su marido es consciente de esto, y disfruta haciéndole la puñeta, moviéndose con parsimonia y buscando toda clase excusas para retrasarla y desanimarla.
Me identifico en casi todo con la pobre señora y comprendo perfectamente su satisfacción cuando termina cometiendo el horrible crimen que no os describiré por no destriparos el final de la historia.
No soy, por lo tanto, de esa clase de gente que entra en el cine cuando ya se han apagado las luces o se persona en el avión después de recibir tres o cuatro avisos por megafonía con cara de no haber roto un plato.
Menciono esto para que comprendáis mejor mi sufrimiento ante la inusual acumulación de contratiempos que hemos padecido en el viaje a Japón. Lo que es en Japón no ha habido problema, pero llegar allí y volver ha sido toda una aventura que merece un relato aparte a modo de prólogo.
Como la mujer del cuento, no exteriorizo mi nerviosismo ni mi desesperación con arrebatos histéricos, sino con pequeños tics casi imperceptibles, de modo que, cuando nos comunicaron que nuestro vuelo a Shanghai se había cancelado por el mal tiempo, no dije nada y me dirigí al mostrador de air China, donde, tras numerosas consultas, la encargada nos encontró plaza en otro vuelo a la misma ciudad, que no al mismo aeropuerto. Envidié en silencio la espontaneidad con la que los pasajeros chinos de nuestro nuevo vuelo protestaban a gritos por el retraso del mismo, y cuando por fin llegamos a Shanghai, hora y media antes de la hora prevista para la salida del vuelo con destino a Japón, no me mordí ni una uña durante la hora larga de trayecto en autobús hasta el otro aeropuerto. Ahora, reconozco que, cuando una de las correas de mi mochila se atascó en la banda deslizante del mostrador de facturación, no hice caso a las peticiones del encargado, que me rogaba educadamente que esperara al técnico de reparaciones, y que puede que hiciera mal en subirme a la banda para tirar de la correa como un energúmeno. Visto que aquello no daba resultado, el encargado me persuadió para que me bajara y, utilizando la máquina para mover la banda atrás y adelante, consiguió liberar mi mochila sin necesidad de recurrir al técnico. Al final lo mismo hubiera dado que le hubiéramos esperado, porque el vuelo a Osaka también se retraso dos horas en su salida.
El regreso fue bastante más difícil, y lo que lo hace aún peor es que, en esta ocasión, no me es posible atribuirle las complicaciones a agentes externos y nos toca a nosotros asumir toda la culpa. Todavía no me explico del todo por qué el despertador del móvil de Marc, que no nos había fallado nunca a lo largo de todo el viaje, no consiguió despertarnos a la hora programada, aunque tal vez el cansancio acumulado de siete días de trasiego ininterrumpido, sumado al par de sakes de más que nos tomamos la noche anterior en Shinjuku, tuviera algo que ver. El hecho es que supe que habíamos perdido el vuelo en cuanto abrí los ojos y vi que el sol brillaba en las ventanas translúcidas del Taito Ryokan (el sol de febrero no brilla a las cinco de la madrugada, ni siquiera en el país del sol naciente). A Marc le costó un poco más comprender la circunstancia cuando le desperté a empujones. Como es natural, recogimos todo en un santiamén y nos pusimos de camino al aeropuerto sin tan siquiera asearnos. En el tren discutimos un poco sobre las posibles excusas que podíamos alegar en el caso de que nos pidieran explicaciones, pero la situación nos tenía algo paranóicos y no encontramos ninguna que fuera lo bastante convincente, así que guardamos silencio hasta llegar al mostrador del aeropuerto, convencidos de que tendríamos que pagar más de lo que nos podíamos permitir por el vuelo de regreso.
Para nuestra sorpresa, la azafata nos encontró billetes nuevos sin cobrarnos nada ni pedir ninguna explicación. Domo arigato gozaimashita de todo corazón. El único problema era que tendríamos que pasar la noche en Pekín para coger el vuelo a Shenzhen a las siete del día siguiente, pero yo no tenía inconveniente en hacer esa pequeña penitencia, y Marc pudo encontrar un vuelo desde Pekín relativamente barato para llegar a Shenzhen ese mismo día con otra compañía. El pobre hombre tenía que trabajar al día siguiente.
Tras recorrer todos los rincones de las terminales uno y dos del aeropuerto de Pekín, intenté acomodarme en uno de los bancos para dormir. Los bancos del aeropuerto, quitando un par de ellos ubicados en el pasillo que une las terminales, y que ya estaban ocupados, tienen unos apoyabrazos entre los asientos que impiden que te tumbes como es debido, pero, imitando a unos operarios del aeropuerto, comprobé que es posible recostarse en posición fetal si uno saca el culo a la altura del apoyabrazos. No es muy cómodo, pero me permitió echar una cabezadita hasta que, a eso de las doce, un individuo me despertó para ofrecerme una opción más confortable. Por el módico precio de 100 yuanes (10 euros), podía echarme en una de las camas del salón de masajes del segundo piso hasta eso de las cinco y media. Hice amago de regatear, estoy seguro de que alguien más paciente hubiera conseguido rebajar el precio a la mitad sin mucho esfuerzo, pero tampoco estaba yo para discutir. Cuando entré en la habitación otro tipo se ofreció a traerme una taza de té, cosa que me pareció un detalle muy cortés, pero cuando me la trajo pretendió que le pagara 20 yuanes por la misma, a lo que respondí que se la bebiera él y que me dejara en paz, por favor. El hombre dejó la taza junto a la cama y no volvió a molestarme.
Dormí bien en la penumbra de aquella sala. Buscadla en el segundo piso de la terminal 1 si alguna vez os encontráis en las semejantes circunstancias.
Por lo demás, todo rodado hasta Shenzhen.