Diario de un aventurero en chinataun taun taun.

Wednesday, September 27, 2006

Yantian

Como creo que ya he explicado anteriormente, las clases de secundaria se imparten en un campus en el distrito portuario de Yantian, en el extremo oeste de la ciudad, ya a las afueras. El trayecto en el autobusito de la escuela dura alrededor de una hora, y el de línea tarda una media hora más. Yo voy tres días a la semana para dar tres lecciones, y como la del jueves termina a las cinco y la del viernes comienza a las nueve, los encargados de la escuela han insistido en que pase la noche allí, en un apartamento del bloque de profesores que queda a mi entera disposición. El apartamento está prácticamente nuevo, y consta de una amplia habitación con cama, escritorio, armario y algunos electrodomésticos (nevera, aparato de aire acondicionado, televisor, lavadora, olla eléctrica de hacer arroz, hervidor de agua, y un fuego), un balcón, y un cuarto de baño con bañera y surtidor de agua potable. Inexplicablemente, después de haberme proporcionado tantos útiles de cocina, se han olvidado de poner un fregadero, a menos que no les resulte extraño fregar los cacharros en el diminuto lavabo del cuarto de baño. El apartamento todavía no está del todo habilitado y no me es especialmente cómodo quedarme en Yantian, pero dada la insistencia por parte de la escuela (sumada a la íntima satisfacción que me provoca tener dos apartamentos mientras tantos de vosotros, amigos míos, seguís viviendo en casa de vuestros padres) tampoco hice nada por oponerme.
El campus de Yantian es mucho más grande y moderno que la escuela donde vivo. Las instalaciones deportivas son soberbias y los pabellones que lo componen tienen un aspecto tan impecable que parece una maqueta. Todo tiene ese agradable aire a nuevo de los electrodomésticos recién desembalados de mi segunda residencia.
Sin embargo, como suele ocurrir con estos edificios modernos, la gente no parece del todo preparada para moverse en este entorno, y algunos (extranjeros casi todos) se quejan egoístamente de insignificantes incomodidades como que no haya ni un solo ascensor en el complejo, o de que pasarelas, pasillos y escaleras estén dispuestos de manera que uno tenga siempre que dar un pequeño rodeo para llegar a su destino. Yo lo veo como una forma una forma de unir la tradición ateniense y espartana, fomentando los paseos peripatéticos, al tiempo que nos libramos de los tullidos y curtimos a los perezosos. También ha dado qué hablar el hecho de que, debido a contratiempos en el comedor y la cocina, alumnos y profesores tuviéramos que recoger la comida en uno de los patios e ir a comer en la oficina y en las aulas durante las primeras semanas, así como algunos hurtos en los apartamentos. Como diría mi primo Iker, medallista olímpico de vela, aquí la cuestión es quejarse, ¿no? El comedor ya está operativo y los robos no debieran repetirse de seguir las indicaciones que se nos han dado por parte de la escuela:
1. Asegurarse de que el balcón está bien cerrado cuando os acostáis o salís del apartamento. No olvidarse de cerrar la puerta con llave cuando se está en dentro.
2. Si se ve a alguien de aspecto sospechoso durante la noche, dar cuenta inmediatamente a los guardas de seguridad llamando a tales y a tales teléfonos.
3. Mantener a resguardo toda pertenencia valiosa, como ordenadores portátiles, teléfono móvil, tarjetas bancarias, pasaporte…
4. Cerrar la puerta con llave cuando se sale.
5. No confiar fácilmente en los extraños. Mantenerse alerta, especialmente cuando el extraño os ofrece bebida o lo que sea.
Pienso seguir todos los puntos a rajatabla, a pesar de que el último plantea una situación un tanto extravagante. La escuela de Yantian, por ser un sitio que queda especialmente a desmano, no parece un lugar donde se pueda dar una situación de ese tipo. Es como si un pastor extremeño le advirtieran que tenga cuidado con los tiburones.
El principal inconveniente de la escuela de Yantian radica precisamente en que no hay nada en diez kilómetros a la redonda. Nada, quiero decir, para cualquier persona acomodada a los usos y costumbres de la ciudad. Por ejemplo, hay mucho aire puro, cosa de la que no me había apercibido hasta que me lo indicó mi compañera china de español, exponiendo con sutileza uno de los muchos motivos por los que debiera estar contento de pasar la noche allí. A un lado hay una carretera y un inmenso parque de containers, y al otro están las montañas, cubiertas de frondosa vegetación subtropical, que adquieren un aire salvaje y misterioso cuando llega la niebla. Para todo lo demás hay que coger el autobús.

Wednesday, September 20, 2006

Un par de curiosidades

Esta escena se da a diario delante de todos los restaurantes. El personal forma a la puerta del establecimiento, atiende a las instrucciones y a las arengas del encargado como una tropa dispuesta a morir en la batalla, y al final aplaude. En cierta ocasión, una compañera francesa propuso ir a un restaurante español llamado “La Tocca Bella”. “Con ese nombre” pensé yo “lo más seguro es que, en vez de paella, terminemos comiendo osobuco alla milanese”, pero ni una cosa ni la otra. Era un “Taco Bell”. En la entrada del local perteneciente la célebre franquicia estadounidense de restaurantes mejicanos, los empleados, ataviados con ponchos y sombreros de Speedy González, formaban mientras el encargado les enseñaba a saludar con temperamento latino. Durante la comida fuimos sobresaltados constantemente por camareros que gritaban “hola” a pleno pulmón cada vez que se cruzaban con un cliente o con un compañero.
Todo el que viene aquí puede ser testigo de los metódicos ejercicios de estiramiento que practican los pasajeros chinos a la hora de levantarse (dándose golpecitos con los puños a los lados del cuello o levantando los brazos con los dedos entrelazados y las palmas de las manos hacia arriba), pero pocos tienen el coraje de sacarles una foto. Ésta se la debemos a Melanie, la compañera alemana, que la sacó durante su vuelo de regreso a China.

Tuesday, September 12, 2006

Teacher's Day


Este domingo fue el día del profesor. Con motivo de esta efeméride mis alumnos me entregaron un gran ramo de flores, y la escuela invito a todos los empleados de sus cuatro centros (unas setecientas personas) a un suntuoso banquete.
La cena se celebró el sábado por la tarde. Los autobuses nos recogieron a las cinco y media de la tarde y para las seis ya estábamos sentados a las mesas del inmenso comedor de un restaurante junto al lago Yinhu, al norte de la ciudad. Aquí el tamaño sí que importa. Una profesora china que había estado en España me comentó una vez, con condescendencia manifiesta, que nuestros restaurantes le habían parecido muy pequeños. Se me pasaron por la cabeza unas cuantas réplicas ingeniosas, pero como tampoco eran muy decorosas, creo que me limité a encoger los hombros y bajar la mirada avergonzado.
Tras una larga tanda de discursos a cargo de los mandamases de la escuela, a la mayoría de los cuales no conocía ni de vista, las camareras empezaron a depositar las fuentes de comida sobre ese genial invento chino que los americanos llaman la “Lazy Suzy”, una plataforma giratoria en el centro de la mesa que permite que se acerque uno la comida o la botella sin tener que levantarse ni pedir que se la pasen.
Tenía ganas de cambiar impresiones con mis nuevos compañeros guiris, pero al estar sentados junto al escenario donde se sucedieron una serie de espectáculos que describiré más tarde, la megafonía hizo imposible una comunicación fluida. Dado que no era lugar para la cháchara, nos concentramos en la comida, recreándonos en la gran variedad de platos de verdura, marisco, pescado y carne. Sorprendentemente no hubo té y acompañamos la comida con zumos variados y vino Great Wall, un vino chino ante el que los sibaritas ponen mala cara, pero que cualquier consumidor ocasional de caldos de Ispaster puede paladear con gusto.
Simultáneamente, se leían por megafonía los números de la tómbola que tenía lugar en el escenario, donde habían colocado el tambor del que se iban sacando. La cosa tuvo su gracia, los primeros diez minutos, pero como nadie en la mesa tenía suficiente interés en llevarse un ventilador de pie, una manta, o una olla multiuso, terminamos haciendo poco caso del sorteo, que se alargó durante las cuatro horas que duró el banquete. En cierta ocasión quise salir un momento a estirar las piernas y descansar los oídos, pero fui interceptado por una de las profesoras chinas de español, que venía de recoger su ventilador, y me obligaron a volver al comedor para escuchar los números.
El sorteo se interrumpió en un par de ocasiones para dar paso a los espectáculos, llevados a escena por los propios trabajadores de la escuela. Hubo unos cuantos números de danzas folclóricas, y diversas interpretaciones canción ligera a cargo de profesoras que habían ganado o habían quedado finalistas en el concurso de talentos del curso pasado. Tres profesoras norteamericanas del campus de secundaria obtuvieron un merecido éxito al enfundarse en unos vistosos vestidos rojos para interpretar (la una tocando el violín, la otra cantando, y la tercera bailando) una melodía tradicional china. También fue una grata sorpresa ver a la señora de las fotocopias, acompañada de otras cuatro mujeres, ofreciendo un hermoso recital de zheng (ese instrumento de cuerda con forma de caja alargada que se coloca horizontalmente para tocarse de forma remotamente parecida al arpa).
Mención aparte merece un número musical que empezó como un baile de salón y terminó como un espectáculo de danza del ballet Entre Amigos de José Luis Moreno. La cosa empezó con unas chicas de faldas con mucho vuelo que bailaban un vals. Al de poco, fueron acompañadas por cuatro tipos de negro, con pantalones brillantes y camisetas de rejilla con lentejuelas, que se quedaron sólos y se pusieron a bailar salsa de forma desenfrenada. Al final, las chicas reaparecieron con un atuendo más alegre para unirse al desmadre.
Yo no daba crédito a mis ojos y me reconcomía el haberme dejado la cámara de fotos en casa. Las instantáneas aquí presentes son cortesía de mi compañera alemana.
A las diez, cuando por fin se terminó la tómbola, los no premiados recogimos nuestros obsequios de consolación (una funda de edredón) y nos subimos a los autobuses para volver a casa.El domingo, día del profesor, recibí un par de llamadas de alumnos del año pasado para felicitarme, un detalle que se agradece.

Vuelta al cole


El día después de llegar a China, llamé a una de las profesoras de español para ver si tenía alguna idea de cual iba ser mi horario este curso. A pesar de los e-mails que envié para anunciar mi llegada, ningún responsable de la escuela se molestó en ponerse en contacto conmigo. Supongo que se darían cuenta si llego a faltar a primera mi clase del lunes, pero me cabe la duda de si hubieran llamado para dar conmigo. Al principio, esta desatención por parte de la escuela me hacía sentir un poco desamparado, pero con el tiempo he llegado a apreciar sus indudables ventajas. Lo que se espera de mi es que de clase, punto. Otros profes extranjeros, becados por sus respectivos gobiernos, se ven obligados a redactar informes con su programación curricular, descripciones del centro y demás zarandajas. Yo no, yo soy un freelancer. Me tomo en serio mi trabajo y confieso que a veces no me importaría estar más integrado en la escuela, pero cuando pienso en los claustros, las reuniones de padres y el papeleo que deben soportar mis compañeros en occidente, no puedo dejar de considerarme un ser afortunado.
Este curso imparto nueve clases semanales (dos más que en el anterior) a ocho grupos diferentes. Siete de estos grupos (entre doce y catorce años) reciben una lección a la semana, son de nivel muy elemental, y rondan los cuarenta y cinco alumnos. Luego tengo dos sesiones semanales con “los elegidos”, un grupo de doce alumnos de nivel avanzado que reciben una educación más intensiva. Este año cursan su primer año de secundaria, osea que tienen entre catorce y quince años. Me pregunto para qué os cuento todo esto, puede que mi conciencia culpable me empuje a presentaros mi pequeño informe educativo.
Una anécdota. Para estudiar los gentilicios con los de nivel elemental, propuse un ejercicio en el que yo les enseñaba fotografías de famosos hispanohablantes y ellos debían identificarlos y decir de donde eran. No tuvieron grandes problemas para identificar a Maradona, Shakira, Ricky Martin, Jennifer Lopez o Fernando Alonso, pero al enseñarles la foto de Fidel Castro muchos empezaron a gritar “¡Sadam, Sadam!”. Eso sí, al final de la clase se me acercaron varios alumnos para enseñarme la foto de Gasol en el periódico.

Monday, September 11, 2006

Cálida bienvenida


Calor. Después de mes y medio oyendo las típicas quejas sobre las temperaturas estivales en España se me había olvidado el significado de esa palabra. Calor es lo que hace detrás de la barra de un restaurante de kebabs o en las minas de diamantes congoleñas. Calor es lo que hace aquí. Algunos de mis alumnos pasaron veinte días en agosto viajando por lugares como Granada, Sevilla, Madrid y Barcelona, y no pasaron calor. Calor es poner un pie fuera del aeropuerto y estar instantáneamente bañado en sudor.
Me llevó unas tres horas llegar a casa desde el aeropuerto de Guanzhou en dos autobuses. No se si os he hablado de Dongguan, la localidad que ocupa todo el espacio entre Guangzhou y Shenzhen. Durante las vacaciones me he encontrado a gente que parecía preocupada por mi bienestar, y no parecía creerme cuando les hablaba de lo feliz que estoy en Shenzhen. Supongo que mi reacción sería la misma si me encontrara con alguien que viviera en esa interminable barriada de fábricas y sórdidas viviendas para obreros que es Dongguan. El paisaje no carece de interés, siempre que uno sienta debilidad por los parajes industriales, pero a partir de las dos horas de repetición puede provocar estados de ansiedad e impulsos suicidas, especialmente si se llevan veintipico horas de viaje a cuestas.
Llegué a casa al mediodía, y una vez puestas las cosas en orden (vaciar la maleta, darme una ducha y poco más) comprobé que tenía un mensaje de mi amiga Mahaut, una arquitecta francesa que regresaba a su país dos días más tarde. No llevaba ni una hora en la ciudad y ya estaba de despedidas. Después de quedar con los amigos, devorar un cuenco de ramen en mi restaurante favorito y echarme una siesta de seis horas, me preparé para salir con Mahaut y los demás.
Cenamos en el Enotsuru, el japonés donde soy habitual, y nos fuimos al True Colors, o a un True Colors, pues hay varias discotecas en Shenzhen con el mismo nombre. Yo creía haber estado en una de ellas, y no me hacía mucha gracia el plan porque pensaba que se trataba del típico gueto para guiris, donde la bebida era cara y la música estaba demasiado alta para poder hablar. No es que reniegue de mi condición de guiri, pero me incomodan los locales donde apenas hay más chinos que los camareros y la novia de algún occidental. Afortunadamente estaba equivocado, aquello no se parecía nada a lo que recordaba. La bebida era cara y la música estaba muy alta, pero no había más guiris que nosotros. Este True Colors, ubicado en el quinto piso de un edificio de oficinas consta de tres grandes salas (una discoteca con música electrónica, una sala con música en directo y un bar con mesas de billar) además de una terraza donde no había nadie porque el calor era insoportable incluso a altas horas de la noche. La música era buena y el ambiente muy animado. Al principio resulta chocante ver a los guardas de seguridad (que aquí visten como oficiales del ejército) rondando por el bar como lo harían por un banco. Se siente uno algo incómodo cuando ve a otros trabajar mientras se está de juerga, pero se termina prestándoles tan poca atención como a las mesas o a las columnas. Ellos mismos no parecían hacer mucho caso a lo que les rodeaba, exceptuando al que se quedaba embobado mirando a las bailarinas. No creo que fuera para menos, pero os he hecho un dibujo para que juzguéis vosotros mismos.
Regresé a casa andando, triste por la despedida y contento por el reencuentro. A las tantas de la madrugada, las calles están llenas de corros de gente que se sienta en pequeñas banquetas de plástico para comer brochetas alrededor de barbacoas de carbón.

Tuesday, September 05, 2006

Sansosai, Sansosai, Sansosai...

Sansosai Sansosai Sansosai
Sansosai Sansosai Sansosaaai
Sansosai Sansosai Sansosai
Saaansosai
¡SAN-SO-SAI!

Saturday, September 02, 2006

Bilbao-Madrid-Estocolmo-Helsinki-Guangzhou-Shenzhen


Lamento haberos tenido tan abandonados. Ahora que Shenzhen vuelve a ser mío prometo publicar al menos una entrega semanal, palabra. De momento me voy a comer un buen cuenco de ramen para celebrar mi regreso y recuperar fuerzas, que acabo de llegar.